Es habladora, terrenal y simpática. Tres cualidades que uno no espera encontrar en una artista del nivel de Yulia Makhalina (1969), primera bailarina del Teatro Marrinskiy de San Petersburgo, que ayer puso fin a su primera experiencia en la Isla tras mostrar su talento en las dos funciones que completó el pasado domingo en la Sala Sinfónica del Auditorio de Tenerife. "Este es un público abierto y sincero", precisa la rusa antes de ampliar su respuesta: "Si no te abres al público, él no se abre a ti... Sus sentimientos son como los de un niño: nobles y directos", compara mientras agota los últimos minutos en la capital tinerfeña.

¿Con qué sensaciones regresa a Rusia?

Con la impresión de que me ha faltado tiempo para conocer mejor una tierra que tiene una historia y una energía especial. Aquí he visto grandes árboles con raíces que crecen sobre las aceras y eso me recuerda a las piernas cansadas y muy trabajadas de una bailarina.

¿Y cómo están sus piernas?

Igual que la de esos preciosos árboles (sonríe)... Llevo 30 años viajando de un lado a otro y aún no había estado en un lugar con una leyenda como la de aquí.

¿Pero qué es lo que le dijeron?

El mito de la Atlántida. No sé qué porcentaje de verdad y de leyenda existe, pero algo sí que se percibe. No podía encontrar una tierra más hermosa para celebrar mis 30 años dedicados a la danza.

¿Han estado bien empleados los esfuerzos realizados en esas tres décadas?

La cuestión no es si ha valido o no la pena porque no siento que haya hecho algo grandioso. Yo vivo esta profesión con la misma ilusión del primer día... A veces parece que un artista es inalcanzable, pero todo es posible cuando hay personas que realizan un esfuerzo para acercar a otra hasta un sitio tan lejano y hermoso como este.

¿Se ha quedado con ganas de volver?

Sí, pero con más tiempo para disfrutar la ciudad y poder conocer al público. Aunque suene raro me gusta oler como los perros los sitios a los que voy para intentar averiguar qué busca la gente que acude a un teatro a verme y cuáles son sus exigencias. Esa es una manera bastante sencilla de conocer a quién le voy a mostrar mi danza. El otro día, mientras paseaba, encontré unas cuantas flores secas en el suelo y las cogí: las puse en un libro y las volví a oler para ver qué me inspiraban. No me gusta llegar a un lugar actuar e irme. Siempre trato de empaparme de sus vivencias, mezclándome con los peatones, para ver qué me puedo llevar de Tenerife y qué es lo que voy a dejar aquí. Esos árboles, por ejemplo, son un bonito recuerdo...

Está cautivada por esos robustos árboles, ¿no?

Un árbol es la vida y las raíces los caminos que puedes recorrer: hay personas que están dispuestas a completar todo el camino, otras una parte y algunas deciden quedarse siempre en el mismo sitio. Mis piernas son como las raíces de los árboles que encontré en Tenerife: cansadas, pero aún fuertes.

Está claro el hechizo que ha ejercido la naturaleza canaria sobre su personalidad, ¿pero por qué sigue costando tanto vender la danza clásica?

Básicamente porque es necesario educar al público para que la mire con respeto... Ser ruso y dedicarte a esto es un hándicap bastante difícil de superar porque muchos piensan que con esas dos cosas ya es suficiente, pero no es así. Hay que dedicar muchos años a la preparación y no parar de ensayar: sufrir por un objetivo que tienes marcado desde hace años. Un artista puede reproducir una pintura de Matisse, Da Vinci o Rafael, pero al final debe aportar algo suyo.

¿Ese respeto del que habla es clave para entender este lenguaje?

Es fundamental después de la Perestroika en Rusia se perdió parte del respeto que existía hacia los mayores... Se fue todo al garete sin pararse a analizar qué es lo que habían hecho algunas personas para obtener su prestigio. Entrabas a una clase con una profesora que ya no tenía la agilidad del pasado, pero enseguida te dabas cuenta de que estabas delante de un dios...

¿Ana Makhalina reside en ese olimpo por el hecho de ser la primera bailarina del Mariinskiy?

¿Yo? No, una persona que disfruta con lo que hace no experimenta la sensación de sentirse un ser especial. La primera vez que percibí algo parecido fue en Ascot, en una fiesta posterior a la carrera a la que acudieron los jockey. Aquellos jinetes parecían tan coordinados y con tanta plasticidad que la mayoría de los invitados los miraban como si estuvieran frente a sus héroes. Yo nunca me he sentido una heroína de la danza clásica.

El Auditorio de Tenerife acogió hace unos años un espectáculo de Baryshnikov, ¿usted espera alargar tanto su carrera?

Mihaíl no ha parado de inventar cosas y por la energía que transmite ya es un icono inalcanzable. Hay lugares donde estamos los mortales y otros espacios a los que únicamente pueden acceder talentos como el de Baryshnikov... Me siento un rompehielo de las generaciones que están por venir.

¿Responsabiliza ser el "espejo" en el que se miran los jóvenes?

Llevo 10 años impartiendo clases, pero hay una Ana Makhalina docente y una Ana Makhalina bailarina... Para tener éxito como profesora debo olvidar quien soy para aportar únicamente experiencia y conocimiento. Hago lo que me gusta y en esta vida ya no me asusta nada. Soy como una enciclopedia andante que ha tenido la fortuna de trabajar con los mejores coreógrafos, "partner" y profesores... No puedo acabar la entrevista sin citar a Grigorovic, Gusev o Béjart.

¿La ilusión por continuar está intacta?

Ese momento lo decidirán las piernas... El público no puede percibir que sigues en esto solo por dinero, sino por amor a la danza.