Desde hacía unos días, el ruido era ensordecedor. Que si primer asalto del nuevo líder del PSOE (Pedro Sánchez) en el cuadrilátero del Congreso ante el desabrido Mariano Rajoy; que si prueba de fuego para la cada vez más achicada promesa socialista; que si oportunidad de oro para demostrar algo superior a la mucha incapacidad ya derramada; que si batalla campal en la misma cumbre; que si esto y que si lo otro. Bla, bla y bla...

Tanto se dice y tanto se comenta en los prolegómenos de este choque de flanes sin nata ni azúcar quemada que casi siempre el desenlace resulta insípido, anodino e infructuoso. Y todo esto sin llegar a la conclusión que muy a menudo se suele posar entre la delgada masa humilde y con criterio: "¡Vieron...! Otra vez nada se dijo de interés para gente como nosotros: para los parados y para los empobrecidos, ni sobre los males de la sanidad, la educación y los servicios sociales...". Sobre esto y sobre lo otro, nada. De lo importante, como casi siempre, cero: vacío conceptual e ideas ausentes o nubladas. Y más triste resulta cuando lo que hay que hacer de verdad es apuntar a lo práctico: a la solución viable de lo que más duele. De esto, nada. Y ya van...

Desde hacía unos días, mitineros arrimados a pilastras que aguantan medios de comunicación y analistas asentados en la vulgaridad nos han querido engañar con que el debate sobre el estado de la nación esta vez sí tendría una relevancia superior a la nula de casi todas las ediciones anteriores; y han procurado convencernos, a veces hasta con insultante insistencia, de que ese espectáculo, prolongación del carnaval, podía servirnos de algo, sernos útil. Pero no, claro que no. ¿Cómo puede ser provechoso un diálogo de sordos? ¿Cómo puede recogerse algún fruto no envenenado de tal secuencia de mentiras, demagogia y retórica que alumbra la delgadez moral hoy marca de la casa?

Los deseos más legítimos, hasta ahora y casi siempre, han sido un imposible en este país que se colorea con confetis de democracia. Y lo digo en sentido amplio, por mucho que nos pese y sabiendo que esos kilitos de más dan velocidad al hundimiento, a la caída hasta el fondo, que, en la edición de 2015, vuelve a ser estrepitosamente acelerada por el hecho nada desdeñable de que ya, en nada, en pocas semanas, horas y segundos, resucitará Don Carnal, el mismo que se halla representado y es puro mimetismo de lo que conocemos como campaña electoral, en todas sus acepciones: desde las inauguraciones forzadas de estos días hasta la penosa, escalofriante y risueña aparición de algunos futuribles en la misma sopa.

La fiesta de la democracia, servida en bandejas de piche, en jardines vestidos de bonito, en camas sin arrugas, en tonterías múltiples, ha tenido en el día de ayer su peor reinauguración: de nuevo la desnudez de la parálisis en todas sus vertientes. Más de lo ya conocido hubo en la Carrera de San Jerónimo: lo mismo dejó de decirse y la misma foto movida quizá veamos en adelante. Cambios sí, y urgentes, pero que sean de los de verdad. Gritemos: "Sobra la pantomima".

@gromandelgadog