Me parece indignante, vergonzoso, repugnante y moralmente deplorable, por decir algo, que la vicepresidenta del Congreso de los Diputados, Celia Villalobos, se haya pasado buena parte del debate sobre el estado de la nación jugando al Candy Crush. ¿Cómo es posible? ¿Cómo se puede tolerar? Cualquiera sabe que el Threes o el Monument Valley son infinitamente más divertidos. Pero, claro, qué se va a esperar de la mediocridad conservadora.

Yo no sé qué tienen los parlamentos que entra una persona normal ahí y se le va escurriendo el cerebro como la salsa boloñesa por los agujeros de los macarrones. Claro que entre los sesenta granaderos, valientes cuyanos, que pastan en las bóvidas praderas del parlamento de Canarias y los trescientos cincuenta y la abuela que abrevan en el Congreso de los Diputados, hay una notable diferencia. En el Congreso no hacen tanto el ridículo. Por ejemplo, no le toman el pelo a cinco profesionales de la información manoseando sus nombres para un consejo de televisión pública para terminar dando escandaloso un gatillazo político, de los muchos que estos incompetentes suelen ofrecer al desinteresado respetable que les paga generosamente por un interminable concierto de instrumentos desafinados y tirones de greña.

En Madrid es otro nivel. Además allí hablan de la nación. Y la nación, a la vista de lo escuchado, está en un estado disociado. España tiene un desorden bipolar. Está poseída. Hay un país que está bien y otro que está bien jodido. A uno lo ven los que mandan y al otro lo sufren los que se oponen. A los pobres, a los esquilmados, a los desahuciados, a los enfermos en lista de espera..., a la gente que, en general, está mal, los parece defender todo el mundo. Todos los representan. Todos se preocupan por ellos. Todos son conscientes de su grave situación. Tanto es así que su misma existencia es un misterio. El Gobierno dice que trabaja por ellos. Y la oposición sabe cómo solucionar todos los males. Lo malo es que cuando la oposición deja de serlo y entra en el Gobierno suele sufrir un proceso de amnesia y es incapaz de resolver lo que antes tenía tan claro. Ay, España. Entre todos la mataron y ella sola se murió.

En este tipo de debates nunca se resuelve nada, así que lo escuché por puro morbo. Como el que se pega una sesión de Sálvame. A ese nivel estuvo fantástico. "Váyase", le gritaba a Pedro Sánchez el sonriente abuelo de Heidi. "Váyase y no vuelva por aquí", le decía como el acomodador de cine a un pajero. Y el otro le llamaba mentiroso. Y corrupto. Un gran nivel. La representación de la soberanía del Estado. El corazón de la voluntad popular. El intelecto legislativo de un país del siglo veintiuno remontó el vuelo de una florida oratoria de lectores de discursos precocinados. El espejo en el que se deben mirar nuestras esperanzas de un mañana mejor nos devolvió la imagen, distorsionada por el vaho de los insultos, de una insoportable mediocridad. Es la insoportable levedad del ser y estar en una sociedad de gritos y mensajes cortos. Es normal que Celia Villalobos matase el rato trasteando en un juego. Mejor perderse en el mundo virtual de los caramelos que en el mundo real de los petardos.