Hace pocas fechas la consejera de Sanidad del Gobierno de Canarias manifestó en sede parlamentaria que en las urgencias de los hospitales no existía colapso, sino solo saturación.

Con este ridículo eufemismo salió al paso, y creo que quedó muy satisfecha de su intervención, ante la demanda de una resolución del indignante trato que reciben los enfermos que llegan a nuestros hospitales por la vía de los servicio de urgencias.

Colapso, señora consejera, es la paralización o disminución importante de una actividad, que etimológicamente proviene de "collapsus", ''caer'', ''arruinarse'', ''paralizar una actividad''; "saturación" se usa cuando un espacio se llena por exceso, se atiborra. Y como comprobamos diariamente, tanto están saturados como colapsados estos servicios públicos. Y no por picos de gripe, ni por calima en la atmósfera, ni son situaciones puntuales como siempre repiten desde el Gobierno, sino que es un hecho estructural y consolidado que llevamos soportando y denunciando décadas.

Esta situación, que llevo expresando desde hace décadas como digo, y a pesar de ser bien conocida por los profesionales sanitarios, se padece de forma distinta cuando la vivimos en primera persona y la sufrimos con un familiar directo. Y es lo que me ha ocurrido desde el sábado pasado con una familiar centenaria, con una afectación cardiorrespiratoria que lleva desde entonces en una camilla de un pasillo del Hospital Universitario Nuestra Señora de la Candelaria. Por fin, y tres días después, es traslada a una zona habilitada con camas en lugares construidos para consultas que sirven de drenaje de los pacientes.

En urgencias me informan de que existen 96 pacientes a la espera de una cama para su ingreso por precisarlo su enfermedad. Y he podido vivir muy de cerca el trato inhumano, indigno, vejatorio e intolerable que deben soportar nuestros familiares enfermos en un lugar donde se hacinan, en camillas, sillas, sillones, cubículos, pasillos atiborrados de tres en fondo, que colapsan, sí señora consejera, colapsan, el paso normal de tránsito. Incluso permaneciendo en las vías de evacuación de emergencias, que están señaladas en paneles informativos, y que no poseen el suficiente espacio libre para tal menester.

Es una verdadera medicina de guerra, de grandes catástrofes o grandes calamidades las que se ofrecen en estos servicios públicos. Son imágenes que vemos en las noticias cuando se producen terremotos, bombardeos, tsunamis, en donde se improvisan hospitales de campaña para el atendimiento sanitario de los damnificados. Es exactamente lo mismo.

Existen pacientes que, tras los días transcurridos, son explorados y tratados en esas camillas de los pasillos. Allí comen, se asean algo, hacen sus necesidades en total ausencia de intimidad. Hay quienes gritan y chillan. Se huele a heces fecales cuando alguien defeca mientras otros comen. Los sanitarios no dan abasto para cubrir las necesidades de los centenares de personas que allí se encuentran. La dignidad humana ha desaparecido de los servicios de urgencias de los hospitales de Canarias. Algunos pueden fallecer allí mismo y los familiares que los acompañan deben acudir con sillitas plegables o banquitos para poder sentarse para aguantar las largas horas de los interminables días que allí estarán. Y acuden con mantas y almohadas porque allí no hay para todos, y doy fe de todo ello porque lo he vivido durante estos días que he acudido, diariamente, al Hospital de la Candelaria.

La vulneración flagrante de los derechos humanos, del derecho constitucional a la salud está ocurriendo y se mantiene en estas salas, que parecen de torturas, y que soportan, no sé cómo, nuestros ancianos, nuestros pacientes, nuestros familiares o nosotros mismos.

Y es por eso que hay que denunciar estas formas inhumanas de dar un servicio sanitario al que tiene derecho el ciudadano tras una cotización al Estado durante toda su vida. Es un contrato de contraprestación de servicios que el Estado no cumple a pesar de haber recibido, vía impuestos, unos ingresos económicos de millones de personas. Y esto es ilegal.

El pasado mes de enero el Parlamento de Canarias aprobó la ley de muerte digna a los pacientes. Otra vulneración legal si observamos lo que ocurre diariamente en los hospitales. Se dijo que era una ley que garantizaba los derechos de los pacientes para asegurarles que tengan una muerte digna e indolora. Y esto es una falacia, una mentira burda e intolerable porque los pacientes no mueren así. Y yo sé que un familiar anciano y enfermo tiene que morir tarde o temprano, pero no de la manera en que lo hacen y sin un mínimo respeto por su intimidad como seres humanos. Me rebelo ante eso y lo denuncio públicamente, pidiendo responsabilidades ante quien las tenga.

Y pido a las instancias judiciales que se personen en estos lúgubres lugares de los pasillos de las urgencias para que las clausuren y obliguen, por mandato judicial, a resolver estos graves problemas que rayan en una vulneración de la vida de los seres humanos y que yo, en mi opinión, defino de alguna forma de "crimen de lesa humanidad", porque son actos inhumanos que causan graves sufrimientos o atentan contra la salud mental o física de quien los sufre.