Contemplando las imágenes de unas mujeres reivindicando un trato igualitario en las pruebas para ejercer de estibadoras portuarias en el puerto de Algeciras, no he podido sustraerme a la rémora social en la que muchas están inmersas, con salarios inferiores a los hombres en igualdad de puesto de trabajo. Atenazados como estamos por el paro y la precariedad en el tipo de contratación laboral, no nos puede extrañar que un catedrático de Geografía Humana de nuestra universidad lagunera señale a Canarias como uno de los índices más bajos de natalidad, respecto a las defunciones. Cualquier mujer, “santificada” con un contrato de las características citadas, se guardará mucho en quedarse encinta, so pena de perderlo tras el alumbramiento.
El patriarcado imperante, pese a los avances aún insuficientes, excluye a la mujer de puestos de responsabilidad y, salvo en algunos casos, otorga a estas las peores ofertas de empleo con menor remuneración que el varón –un 22% menos–. Porcentaje que aumenta en los niveles de ingresos menos cualificados. Antaño resultaba más lógico, ya que el machismo existente o la baja formación laboral de la mujer la relegaban a la dura tarea doméstica, incluida la crianza de los hijos. Un mal que, por increíble que parezca, provenía de la propia educación maternal que distribuía desde que nacían los roles de sus hijos según su sexo. Posteriormente la revolución social y la mujer pasaron a formar parte del tejido salarial, con mayor formación intelectual previa en las universidades, y a demandar puestos en igualdad de condiciones. Y esto es tan real que, hoy por hoy, sus matriculaciones son más numerosas que las de los varones; aunque a la hora de pasar por caja sufran la merma a la baja en igualdad profesional. Pero la respuesta está en el hándicap que sigue teniendo la mujer respecto del hombre, que no manifiesta corresponsabilidad en las tareas domésticas, el cuidado de los hijos y la atención a los mayores del entorno familiar –mayormente porque no ha sido educado previamente–. De esta forma, si esto no cambia con las nuevas generaciones, la mujer seguirá sintiéndose en inferioridad laboral y sólo podrá acceder a los citados contratos a tiempo parciales o temporales.
Leyendo noticias sobre actitudes masculinas reprobables, como la reforma del ático de lujo de Rouco Varela, con cuatro cuartos de baño, dos monjas secretarias y un coche nuevo –con veinte siglos de machismo religioso a la espalda–; o las falsificaciones de firmas de Barcoj, segundo de Bankia, y la escapada de Bárcenas a esquiar en Baqueira Beret, con permiso judicial y 300 euros de asignación mensual, observamos que hasta en esto las mujeres suelen ser mucho menos numerosas, y por tanto más honradas. Salvo cuando ejercen, por amor, de cómplices involuntarias. Librándose del rigor judicial unas y yendo a la cárcel otras, mientras que los golfos de turno siguen en la calle o conciertan acuerdos de reducciones de penas, si ingresan parte de lo defraudado.
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