Temprano estás rodando por el suelo, diría el poeta de Alexis Tsipras, el presidente de los sueños imposibles. Los ciudadanos de Grecia vieron las elecciones como una manera de sublimar todos sus males, conjurar todos sus demonios y solucionar todos sus problemas. Pero las urnas no son una marmita de poción mágica ni el pasado es un peso muerto del que te puedes desprender tan fácilmente como quisieras.

La Unión Europea decidió apuntalar el sistema financiero salvando a los bancos, donde están los depósitos de los ciudadanos (y salvando de paso a los mangantes que arruinaron a algunos de ellos), garantizando las emisiones de deuda de los países miembros y exigiendo a todos los países en problemas que trasladaran a su economía real las consecuencias de la crisis. O lo que es lo mismo, que se redujeran gastos públicos y se aumentara la fiscalidad sobre los ciudadanos. La letra con sangre entra. Para que aprendiéramos lo que cuesta un euro. Sobre todo lo que cuesta un euro alemán.

El doloroso tratamiento teutónico de la austeridad cayó sobre las costillas ciudadanas. Irlanda, Italia, Portugal y España empezaron la sangría, con las sanguijuelas comunitarias vigilando muy de cerca el flujo de las drásticas medidas de ajuste. Grecia siempre fue un punto y aparte. Primero porque se tuvo serias dudas de que debiera entrar en el euro. Segundo porque es el único país donde un gobierno reconoció, pobrecitos, que las cuentas públicas eran falsas como Judas; que el déficit real era cuatro veces mayor y que el endeudamiento público superaba en más de trece puntos el PIB del país. Grecia estaba quebrada.

El Gobierno griego aceptó un primer plan de rescate. Y luego otro. A cambio se le pedía lo mismo que al resto de los países en zona de riesgo. Que redujera o congelara el salario de los funcionarios, como se hizo en España. Que se alargara la edad de jubilación. Hacer una reforma laboral. Subir impuestos. Recortar gastos (léase servicios)... En resumidas cuentas, a Grecia se le aplicó el mismo tratamiento que a los otros países en dificultades. Con una diferencia: que Grecia era un país donde en el Hospital Evangelismos, en Atenas, se tenía contratados a 45 jardineros para atender un parterre con unos cinco o seis arbustos (tres metros cuadrados de jardín).

No sé si esos jardineros o los cincuenta conductores de un solo coche oficial o las cuarenta mil hijas de funcionarios fallecidos que recibían mil euros mensuales de pensión vitalicia o los familiares de los miles de fallecidos que seguían cobrando pensión de jubilación..., no sé si todos ellos votaron a Syriza. Pero si lo hicieron esperando un milagro se equivocaron. El milagro eran ellos. Y la magia se acaba cuando hay que devolver el dinero prestado. Tsipras quiere echar la culpa a España de que no pueda cumplir sus promesas electorales. Es una canción conocida. Sin ir más, Rajoy se las echó a Zapatero que se las había echado a Aznar... Es lo bueno de las culpas. Que siempre son ajenas.