Han sido necesarios que transcurran cincuenta años para que Costas, Puertos, Gobierno de Canarias, Cabildo de Tenerife y Ayuntamiento del Chicharro lleguen a un acuerdo para atender las súplicas de los vecinos del barrio de San Andrés vinculadas a la perentoria construcción de una escollera con el fin de que les proporcionase resguardo y sosiego ante los numerosos embates que ponían en peligro sus vidas, sus viviendas y sus negocios. Es más, ante la indiferencia y pasividad de las distintas autoridades que han desfilado por la Casa de los Dragos durante medio siglo, ha surgido, por fin, un nuevo escenario que expone decisiones que ya son tangibles, producto de un cambio de actitudes estatales, insulares y municipales que se van a traducir en la coexistencia vecinal con la tranquilidad después de haber atravesado, en innumerables ocasiones, el desierto casi bíblico que ha significado luchar tenaz y constantemente contra los estragos de las sucesivas inundaciones. El barrio, tras esfuerzos de titanes (ellas y ellos), invariablemente ha recuperado su aspecto anterior a una visita de la mar de fondo que cabalgaba, peligrosamente, sobre una pleamar muy viva (reboso) que, desde antaño, los vecinos del lugar saben de su arribada con la suficiente anticipación para colocar tablones y un par de sacos de arena a las puertas de sus domicilios para paliar, en vano, lo que desde siempre tienen en sus memorias.

¿Qué ha sucedido para que este panorama cambie radicalmente y el pueblo de pescadores comience a respirar tranquilo? Después de tanto pasado revuelto, el futuro se construye en la explanada que se le ha ganado al mar en la Dársena Pesquera con prismas que constituirán la barrera protectora del barrio y cuya instalación se llevará a efecto en las próximas semanas. Los diferentes entes, que desde siempre han convenido en que Santa Cruz no progrese, se han quitado de encima una ristra de intereses que entorpecían cualquier avance que favoreciera al ciudadano. En este caso, primero a los habitantes de San Andrés y, después, al resto de los tinerfeños, que han encontrado en aquella zona un lugar de sosiego. Un trío político que funciona, Carlos Alonso, José Manuel Bermúdez, azuzados por Pedro Rodríguez Zaragoza, ha llegado a la conclusión de que lo idóneo es el trabajo global y que los divorcios urbanísticos conducen al descrédito de los políticos y técnicos que los propician. Y de esto, en Tenerife, hay muchos ejemplos.

Ha habido equivocaciones estrepitosas. Habrá que estar ojo avizor con ese dique de 350 metros de longitud y un contradique de 60, que comienza a la altura de la rotonda, hoy convertida en un caos automovilístico, no vaya a ocurrir que un día de septiembre llegue un reboso más potente de lo esperado y todo se venga abajo. Recordemos lo sucedido con el castillo o torre de San Andrés, construido en 1700 en una ensenada que formaban los barrancos superconocidos de El Cercado y Las Huertas. Una avenida ocasionó destrozos importantes. Fue reconstruido en el mismo sitio y, años después, otro temporal lo dejó en el estado actual. Declarado en ruinas por la autoridad militar, se entregó al Ayuntamiento, hasta la fecha.

Con el dique semisumergido, además, se podrá ensanchar el acceso de entrada y subida a El Bailadero y Taganana, con lo que el tráfico será más fluido, a la vez que la avenida se prolongará por encima del chapucero puente actual para circular entre el aparcamiento inconcluso (¿se tira o no?) y la Cofradía de Pescadores, consiguiéndose así una mayor comodidad para usuarios, con nuevo equipamiento (aseos, vestuarios y duchas), olvidado por anteriores corporaciones. Enhorabuena. ¿O no?