En mi siempre recordada estancia en la Península para ejercer como maestro en un pueblo andaluz, una de mis distracciones vespertinas era dar lectura a los artículos que don Camilo José Cela publicaba en ABC, edición de Andalucía, y que sirvieron luego para dar pie a la conocidísima publicación titulada "Viaje al Pirineo de Lérida". Contaba don Camilo la desfachatez de ciertas autoridades barcelonesas al llevarse para la capital la única riqueza que tenía un pueblecito, cuyo nombre ahora no recuerdo: un cuadro de un célebre pintor. Ahora dudo entre Goya y Velázquez, entre Zurbarán y Murillo. Lo cierto es que el pueblo perdió la única riqueza que tenía. Y los visitantes...

De todos modos, el caso que dejo ahora expuesto no es único. También ha existido siempre en nuestra querida isla de Tenerife. Pongo un solo ejemplo porque no hay espacio para más. Pero vale la pena que les cuente que una de las principales riquezas que tuvo en otra época Garachico era de carácter cultural, no económico. Claro que ese aspecto cultural significaba para el pueblo una riqueza indudable. No es de extrañar, pues, que la capital quisiera apropiársela, como hacen casi todas las capitales con relación a los pueblos. ¿No se queja Santa Cruz del trato que recibe de Madrid? O sea que aquí vale lo del pez grande que se come al chico o eso de que donde manda capitán no manda marinero. Voy con lo de casa.

En 1918 se hizo el primer intento para llevarse a Santa Cruz los documentos notariales que había en Garachico. El día 5 de septiembre de tal año y con don José Soler Torregrosa de alcalde, se recibió en el Ayuntamiento una comunicación del Juez de Primera Instancia del Partido solicitando le fuera comunicado "si en este archivo municipal existían protocolos notariales y, en caso afirmativo, la razón de su tenencia, número de tomos, fechas y nombres de los notarios que los hayan autorizado, así como también si el Ayuntamiento está dispuesto a entregar dichos protocolos al Archivo General o al funcionario notarial correspondiente según la Ley para su custodia". El Ayuntamiento acordó oficiar al señor juez -¡qué remedio!- comunicándole que tales protocolos se encontraban, no en el archivo en sí, sino en dependencias del convento franciscano anexo al Ayto. al que pertenece. Y se decía también en la comunicación que no se podían determinar con exactitud los datos que se interesaban por no disponer de personal que pudiera dedicarse a contar los volúmenes, "dado el reducido número de empleados que, por razones de economía, cuenta la Corporación".

Y decía también el ayuntamiento en su escrito que Garachico había tenido notaría desde tiempo inmemorial, que había dos llaves: una para el notario y otra para el alcalde presidente de la Corporación Municipal, señal de que este ejercía intervención en el prenombrado archivo. Y que si la Ley dicta que el traspaso ha de verificarse, el ayuntamiento no pondría objeción alguna, salvo que se hiciera antes un inventario "pues de lo contrario le sería muy sensible verificarlo por tratarse de documentos antiguos que tan íntimamente se hallan relacionados con la Historia de esta Jurisdicción". Pero ganó Garachico. No sé cómo, pero ganó. Los documentos estuvieron con nosotros hasta los años sesenta del pasado siglo, cuando bajo la alcaldía de don Cándido Abad Mesa se fueron inexcusablemente a Santa Cruz. No sé si el Sr. Abad hizo mucho para que los documentos se quedaran donde habían sido paridos. Pero me da la impresión de que la partera siempre está del lado de los fuertes, de los poderosos. Los demás, con las migajas, con lo que sobra del banquete capitalino, tenemos bastante. Me dice mi sobrino Lolo que ya he hablado de esto otras veces. No lo sé; pero me da igual. Estaré siempre contra el mazazo de los que mandan. Así que contarlo otra vez, si es que ya lo hice antes, no me parece improcedente.