Los grandes acontecimientos históricos influyen en prácticamente todos los ámbitos de sociedad. Cambios sociales, morales y estéticos aparecen cada vez que nos enfrentamos a una situación socioeconómica distinta de la que hasta entonces era considerada normal por la mayoría. Ya sea por períodos de bonanza económica o, al contrario, épocas difíciles, el modo como nos vestimos se ve influenciado y tiene que adaptarse a la nueva realidad. La Revolución Francesa y la Revolución Industrial son dos buenos ejemplos de cambios que se han visto claramente reflejados en la indumentaria.

La cuestión es que, como espejo de la sociedad, la moda refleja claramente sus transformaciones adaptándose a ellas y ello es algo muy interesante de observar.

Durante la primera guerra mundial, el cambio fue fundamental principalmente para las mujeres. Saliendo del período conocido como la Belle Époque, entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, en el que la mujer era como una delicada muñequita de porcelana, pasamos a necesitar que se pusieran manos a la obra para mantener el funcionamiento de la vida como la concebíamos en aquel momento. Los vestidos largos, los sombreros imposibles y los corsés, ajustados hasta el límite del enfermizo, ya no tenían lugar durante la guerra.

Así que, de muñecas de lujo de sus maridos, exhibidas como trofeos en las fiestas y encuentros sociales, las mujeres pasan a ser las protagonistas de un gran cambio social. Con los hombres enviados a la guerra, ellas tienen que trabajar. Cambian su indumentaria pesada por otra más apropiada, que les permitía moverse, caminar por la calle, ir al trabajo. Enfermeras, trabajadoras para fábricas, industrias, comercios, la mujer empieza a vislumbrar que sus posibilidades van más allá de los salones y los corsés. Y eso lo cambiaría todo.

La moda se simplifica muchísimo y algunos diseñadores, como Coco Chanel, han comprendido el cambio y la importancia fundamental que la indumentaria tenía en él. Todo ello nos lleva a una gran transformación social y a los locos años 20.

El final de la fiesta llega con la quiebra de la bolsa de Nueva York. Los años 30 se han refugiado en el cine hasta que llegó, una vez más, el horror de la guerra, en 1939.

La indumentaria femenina se ve influenciada por los uniformes militares y por la escasez de materiales. Panfletos publicados por el Ministerio de Información británico como "Make Do and Mend" reflejan muy bien el período. Informaban a las mujeres, con dibujos e ideas, de cómo reutilizar la ropa, cómo crear parches decorativos para cubrir partes gastadas en abrigos, cómo deshacer jerseys para reutilizar la lana y cómo transformar la ropa masculina para el uso femenino, y cito: "Si se está segura de que el hombre no las querrá utilizar de nuevo cuando vuelva de la guerra".

Normas de racionamiento para la utilización de los tejidos, cantidades a ser utilizadas para cada tipo de prenda, medidas de los dobladillos y número máximo de botones por prenda fueron algunas de las determinaciones tomadas por el gobierno británico para evitar el desperdicio de material que determinaron la indumentaria de la época. En 1941 se prohibió la seda para usos civiles ya que la necesitaban para fabricar paracaídas. En el mismo periodo, el gobierno británico creó cartillas de racionamiento para la ropa. A cada persona se le asignaron sesenta y seis cupones anuales, para cambiar por prendas, aunque, con el avanzar de la guerra, la cifra fue disminuyendo.

Como en todo momento de escasez, soluciones creativas han aparecido, como las cuñas de corcho. Con la imposición de sanciones económicas a Italia, ya no se podían obtener materias primas para la fabricación de calzado. Salvatore Ferragamo buscó alternativas creando cuñas de corcho y utilizando materiales como la rafia, el cáñamo y la piel de pescado para la parte superior de los zapatos. Con la imposibilidad de encontrar medias de seda, empresas como Maz Factor o Elizabeth Arden han creado pinturas para las piernas, que imitaban la costura de las medias.

La indumentaria femenina durante la Segunda Guerra Mundial, lejos de la futilidad, representaba, de algún modo, la resistencia y la tentativa de defender el modo de vida y la cultura de los países invadidos. Ante la escasez de materiales impuesta por Alemania, las mujeres parisinas creaban sus propios sombreros con papel o celofán, así como extravagantes turbantes con pañuelos y bufandas. Todo un desafío al enemigo. La moda, también en tiempos de guerra, tiene muchas cosas interesantes que contarnos. Adaptarse, sí. Morir, jamás.

Hablando de moda

Pasada la guerra, París vuelve a ser el epicentro de la moda con una exposición itinerante en la que participan más de cincuenta diseñadores: el "Teatro de la Moda". Se han creado pequeñas muñecas articuladas con 70 cm de altura. No había materia prima para crear modelos en tamaño natural. Vestidas con prendas de alta costura, lucían joyería autentica en miniatura de Van Cleef and Arpels y Cartier. La exposición estuvo por toda Europa y también Estados Unidos, inaugurada en 1946 en Nueva York. La preciosa pechera del pavo real enjaulado de Cartier se transformó en el símbolo de la alta costura francesa bajo la ocupación alemana. En la actualidad, nueve de las muñecas originales siguen expuestas en el Museo de Arte Maryhill, en Washington.