"Este, en especial, es el momento de decir la verdad, toda la verdad, con franqueza y valor. No debemos rehuir la realidad, debemos hacer frente sin temor a la situación actual de nuestro país.

Han subido los impuestos, los recursos económicos del pueblo han disminuido, el Gobierno se enfrenta a una grave reducción de ingresos, los medios de pago de las corrientes mercantiles se han congelado, las hojas marchitas del sector industrial se esparcen por todas partes, los agricultores no hallan mercados para su producción, miles de familias han perdido sus ahorros de muchos años. Y lo más importante, gran cantidad de ciudadanos desempleados se enfrenta al triste problema de la subsistencia, y un número igual trabaja arduamente con escasos rendimientos.

Únicamente un optimista ingenuo negaría la trágica realidad de la situación. Sin embargo, nuestras penurias no se derivan de una carencia de recursos. No sufrimos una plaga de langostas. En comparación con los peligros que nuestros antepasados vencieron gracias a su fe y a su coraje, aún tenemos mucho por lo que sentirnos agradecidos. La naturaleza continúa ofreciéndonos su exuberante abundancia, y los denuedos humanos la han multiplicado. A nuestros pies se extiende una gran riqueza; no obstante, su generosa distribución languidece a la vista de cómo se administra.

Primordialmente, esto se debe a que quienes gestionan el intercambio de los bienes de la humanidad han fracasado a causa de su obstinación e incompetencia. Las prácticas de los cambistas poco escrupulosos comparecen en el banquillo de los acusados ante el tribunal de la opinión pública, repudiados por los corazones y por las mentes de los hombres.

Ahora debemos devolver a ese templo sus antiguos valores. La magnitud de la recuperación depende de la medida en que apliquemos valores sociales más nobles que el mero beneficio económico. La felicidad no radica en la mera posesión de dinero; radica en la satisfacción del logro, en la emoción del esfuerzo creativo. La satisfacción y el estímulo moral del trabajo no deben volverse a olvidar en la irreflexiva persecución de beneficios fugaces. La recuperación no solo reclama cambios en la ética. Este país exige acción. Nuestro mayor y primordial empeño debe ser el de poner a la gente a trabajar".

Estas palabras que anteceden, aunque parezcan escritas para nosotros, son un extracto de algunas partes del discurso del presidente Franklin D. Roosevelt pronunciado el 4 de marzo de 1933, ante el congreso norteamericano. Leerlas produce estupor. Un político diciendo la verdad a calzón quitado.

Estados Unidos estaba en la gran crisis de los años treinta y el presidente Roosevelt puso en marcha el New Deal, el Nuevo Trato, un programa de recuperación activado en sus primeros cien días de gobierno con 15 medidas valientes y en su día revolucionarias que ayudaron a sacar al país de la crisis. Estados Unidos tenía una tasa de paro del 25 por ciento de la población.

En España tenemos hoy una tasa de paro del 23%. Y en Canarias un 32%. En cualquier otro país y otro lugar del tiempo estaríamos hablando de una catástrofe social. Han sido los subsidios y las ayudas los que ha evitado una hecatombe como la vivida hace casi un siglo. Pero la grandeza con la que algunos políticos enfrentaron aquellos años terribles es difícil de encontrar hoy. Un hombre, un presidente, sube a una tribuna y le dice al país en una breves palabras lo que va a hacer. Está cambiando la historia. La está escribiendo, aunque no lo sabe. Nosotros ya no escribimos la historia, la sobrevivimos. Caminamos por los meses estupefactos, esperando que alguien haga lo que tenemos que hacer por nosotros mismos. Esta es una sociedad sin capacidad de sacrificio, que vive entre las mentiras y halagos de sus dirigentes. Este es el tiempo de un pueblo caprichoso y maleducado y una clase política mediocre y vanidosa. De las crisis económicas se sale con el tiempo. De las del espíritu de una nación hacen falta generaciones. España ha perdido su alma y su inteligencia y será antes nuevamente rica que sabia.