El Tenerife 88-89 era un aspirante a la permanencia que acabó la primera vuelta como líder de Segunda División gracias a un vestuario unido y la ascendencia de su técnico, Benito Joanet. Eso sí, había perdido para tres meses a Perico Medina, lesionado en Alzira tras hacer dos goles. Y para siempre a Ricardo Mínguez, un fijo en el once al que retiraron del fútbol en Castellón con una salvaje entrada que quedó impune. Tras sumar ¡cinco victorias y dos empates! en ocho salidas, acusó las bajas: arañó un punto en Burgos, cayó en Figueras...

Su recuperada solidez en el Heliodoro lo mantenía líder, pero eran precisos refuerzos y el club optó por Husillos y El Gharef. El punta argentino llevaba siete meses parado, pero no generó dudas: lo acreditaban cuarenta goles con el Murcia y el Málaga, con el que venía de ascender a Primera División. Lo del marroquí Moulay Hachem El Gharef se entendía menos: procedía de un fútbol desconocido y carecía de currículo. Además, venía recomendado por el directivo Eugenio Ibáñez y su fichaje lo había gestionado Ñito, técnico de la casa con papel poco definido.

El rechazo de la afición blanquiazul a lo desconocido y la maledicencia de los medios no ayudaron. Y tampoco que Joanet tardara un mes en darle cancha. Viajó a Salamanca, pero no jugó. Y tampoco actuó frente al Sabadell en el Heliodoro. Debutó en el Insular en el derbi de la gota fría (2-2), pero apenas tuvo minutos. Y su presentación en la isla fue triste: salió contra el Deportivo en el descanso, cuando el Tenerife ya caía 0-3. Nada cambió, pero al domingo siguiente ocupó el puesto de Noriega y fue titular en el empate (1-1) en Huelva... donde el Tenerife perdió el liderato.

La visita del colista Mollerusa debía ser un punto de inflexión. Equipo de un pueblo de 8.500 habitantes situado a 29 kilómetros de Lleida, venía de derrotar (1-0) al Barcelona Atlético. Solo sumaría tres triunfos en toda la Liga en su única aventura profesional, pero había ganado (1-2) al Lleida con dos goles de Azcona, quien no viajó a la Isla y fue suplido por Carrasco, ex jugador del Marino que ahora es representante [lleva a Carlos Abad-Hernández]. Vestido de rojo y de víctima, tampoco alineó al portero Castel, pero pudo marcar en un mano a mano que Leiva (8'') falló ante Belza.

Joanet hizo debutar a un Husillos ya en forma y suplió a Luis Delgado por el comodín Toño en un Tenerife que saludó a sus 18.000 aficionados y, al posar para los fotógrafos, notó que faltaba un jugador. El delegado Manuel Abreu fue al vestuario y allí seguía El Gharef, rezando. Musulmán devoto, se concentró en su rezo y se aisló del mundo, de regreso a la caseta tras el calentamiento. La entrega de unos trofeos a Mínguez, Víctor y Guina le permitió posar para la foto oficial... olvidando la norma de poner las manos detrás para que se viera la publicidad en la camiseta, esa tarde Ahlers y Rahn.

Poco necesitó el Tenerife para marcar: un saque de banda en corto y un centro lejano de David al área, donde había tres defensas y un posible rematador. Pero era Rommel Fernández. O sea, cabezazo y gol. Diez minutos después, El Gharef cerró el partido y se ganó a la grada por habilidad y coraje. Esta vez fue Herrero el que metió un pase largo desde campo propio y el marroquí quien rompió el fuera de juego y encaró a Navajas, que salió para despejar fuera del área un balón dividido. Moulay llegó antes, metió la bota derecha... y fue atropellado por el portero rival. Era falta y expulsión.

El Gharef no dio tiempo a que Sánchez Marín señalara la infracción: giró en el suelo, se levantó y corrió hacia el balón para empujarlo de zurda a la red y luego abrazarse a Rommel bajo la grada de Herradura. Puede parecer el 2-0 de un triunfo intrascendente, pero sirvió para eliminar cualquier duda sobre El Gharef. Tres meses y medio después, el segundo gol del marroquí cerró la goleada (4-0) al Betis en la promoción y dejó al Tenerife (casi) en Primera División. Y sirvió para que ese desconocido recibido con reticencias se convirtiera en ídolo.

P.D. El Gharef reunía ingredientes para ser mal acogido por el vestuario, pero en aquel grupo maravilloso no encontró rechazo, sino afecto. En plenos carnavales y en un parón liguero por un Irlanda del Norte-España, una docena de jugadores procedió a su integración: asaltó su habitación del hotel Pelinor (donde no iba a poder dormir) y lo disfrazó de chacha, con cofia y tacones. Así conoció lo que era Santa Cruz en Carnaval... y sus compañeros descubrieron a un tipo positivo, risueño, dispuesto a sumar en todo. Y también descubrieron su gran aguante, aunque Moulay tenía la ventaja de no probar el alcohol. Casi de amanecida, cuando el resto se disponía a degustar un reparador chocolate con churros, anunció que regresaba al hotel. Eso sí, tras dar un par de pasos, se giró, se acercó a la mesa y con su peculiar acento lanzó una advertencia: "Ustedes no se muevan de aquí, eh, que, en cuanto acabe de rezar, yo vuelvo".