Ayer empezó el debate sobre el estado de Canarias. Sesenta sepultureros discutiendo el estado del cementerio y de los 350.000 fiambres alelados y por enterrar. Eso por no hablar de los 134.000 que ya no cobran el desempleo, de los 31.000 que están excluidos de poder acceder a la última y desesperada ayuda de los 460 euros -el escalón anterior a la beneficencia- o los miles de canarios que dice Cáritas que están al borde de la pobreza. Todo un panorama.

Para saber el estado del Archipiélago sobra un pleno, porque es bastante evidente: está bichado. El análisis forense de lo que nos ha pasado puede tener distintas explicaciones, pero que estamos secos como una mojama es más bien indiscutible. Lo que cabría esperar de una reunión de tan ilustres legisladores, nuestros sesenta rebujientos diputados de la macarronesia, son soluciones. Bien está que unos les echen la culpa a los otros -y los otros a los unos- de la causa de las causas del mal causado. Es lo que toca. Que pongan a Paulino a caer del mismo burro con el que entró hace tres años y pico entre vítores y palmas el domingo de ramos de Coalición Canaria. Que dormiten (ños, Paulino, vaya tranque), que lean la prensa, que hagan la tarea de los niños o que jueguen al Warcraft con la tablet; es decir, que se ocupen de los asuntos habituales, pero que al final de la película haya algún tipo de conclusión práctica.

Lo desolador de sesiones como la de ayer es que resulta imposible encontrar alguna consecuencia relevante para los ciudadanos y sus problemas. Que resulta imposible que el debate acerque posiciones, porque el discurso parlamentario actual no busca acercamientos, sino florituras, cuando no insultos, hacia el adversario. No es que no encuentren soluciones, es que ni siquiera son capaces de ponerse de acuerdo en los problemas.

En la insoportable levedad del ser y estar de la política de las Islas, la onda expansiva del Parlamento se queda casi siempre bajo la techumbre de Teobaldo Power. Bien que lo siento. Porque allí reside toda la esperanza de lo que podríamos ser. Esta tierra necesita urgentemente que esos representantes sean capaces de entenderse. Canarias presenta indicadores sociales y económicos que, sin ningún alarmismo ni exageración, pueden calificarse de muy graves. Lentamente nuestra sociedad se está deteriorando de forma irreversible. La caída de la calidad de vida, el incremento de la pobreza y la desigualdad, el estancamiento de los sectores primario e industrial, la fuga de capital humano, la menor renta familiar y los bajos salarios del archipiélago son múltiples señales de alarma que alertan de un pueblo en serias dificultades.

Lo peor del debate de ayer es que podría confundirse fácilmente con el del año pasado. Y con el del anterior. La política canaria parece vivir un eterno pleno del día la marmota. Y la sombra de Phil anunció otra vez el largo invierno de nuestro descontento. Nos terminaremos comiendo a la marmota y luego lo que caiga.