El presidente de la República Bolivariana de Venezuela dijo el otro día que si le diera por presentarse en España seguramente ganaría las elecciones. Claro que como solo es pura hipótesis tampoco es para asustarse. Maduro sería, desde luego, un candidato que daría mucho juego. Un lebrancho así, de dos pisos, con ese elegante chandal amarillo, azul y rojo que se pone cuando se envuelve en la bandera nacional, llamaría la atención en un país donde la política es todo lo aburrida que se espera de las democracias europeas.

En España, por ejemplo, Nicolás Maduro no podría pegarse un discurso de cinco o seis horas por la televisión pública. Para poder salir en la tele tendría que apuntarse al Gran Hermano o pasarse por el plató de Sálvame. Aquel maravilloso formato que fundó el SiBCI (Sistema Bolivariano de Comunicación e Información), un programa extremadamente complejo, difícil de elaborar y un auténtico desafío técnico, que consistía en poner a Hugo Chávez a hablar delante de una cámara, se perdió para siempre cuando desapareció la carismática figura del presidente. Por mucho que Maduro haya declarado al mundo que el espíritu de Hugo Chávez se le manifiesta frecuentemente en forma de un pequeño pajarito, lo cierto es que imitar al fundador del movimiento bolivariano es imposible.

España es un coñazo. Aquí por ejemplo no se puede mandar a la pasma en uniforme de combate para capturar y meter en el talego a la alcaldesa de Madrid, aunque a uno le conste que está conspirando para lanzar un ataque con un avión Tucano (Maduro y los pájaros parecen destinados a encontrarse) sobre el palacio de la Moncloa. Ni se puede mandar a detener a los quince empresarios más importantes del Ibex 35 porque te sale del bigote. Y si la pasma mata a un estudiante en una manifestación se le cae el peluquín al ministro del Interior. Así somos de jaquecosos.

El hombre está, además, mal informado sobre la actualidad española. Cuando dice que le están metiendo en la campaña electoral o que Venezuela está todo el día en portada en los telediarios de la televisión está más perdido que un pulpo en un garaje. Tal vez por desgracia, la política española está demasiado obsesionada consigo misma como para prestar atención a nadie de afuera. La única presencia de Maduro en España es cuando acusan a Podemos de estar financiado por Venezuela. O cuando se informa que Maduro ha tomado poderes excepcionales para actuar como un dictador al margen de la asamblea legislativa venezolana, en una dictadura perfectamente democrática de un Estado que pasara de Maduro a podrido a velocidad vertiginosa, por lo que uno va viendo de asombro en asombro.

En realidad los partidos políticos en España se financian de manera mucho más oscura y bochornosa que si les pagara el gobierno bolivariano, así que en última instancia Maduro sale ganando al quedarse tranquilo en su querida y muy jodida Venezuela. Y nosotros también, dicho sea de paso. No hace falta que importemos más política histriónica y ruinosa. Ya nos sobra con la de casa. Aunque aquí, de momento, para limpiarnos el trasero en el baño podemos usar papel higiénico en vez de bolívares.