No creo que hubiera problemas si se me ocurriera titular este artículo con las palabras "Gallo en la calle". Y mucho menos pretendo hacer sufrir a alguna de esas personas -tan numerosas, por cierto- que suelen confundir la elle con la i griega. O con la ye, como dicen algunos. Pretendo hablar ahora de un hecho que ocurre diariamente en la Villa del Roque desde hace algo así como dos meses (día más, día menos). No se sabe cómo ni por qué se pasea gallardamente, alegremente, indiferentemente por las calles de Garachico un hermoso -yo diría espectacular- gallo, entre canelo y amarillo, con sus plumas brillantes, su cola enhiesta y vistosa, su no menos hermosa cresta y unas patas gruesas y fuertes que, lejos de hacerle perder compostura, le dan gallardía y vistosidad.

Nadie sabe de dónde salió el gallo, nadie sabe quién lo ha puesto ahí, no sé si como adorno o por ganas de llamar la atención, aunque sea de modo indirecto porque quien llama de verdad la atención es el gallo y no quien lo haya traído al municipio. Lo cierto es que el ave aprovecha todas las coyunturas para hacerse notar. Y bien sabe Dios que lo ha conseguido.

También es cierto que no pisa todas las calles del municipio. En principio se ha enamorado de la calle Pérez Zamora, la calle triste y solitaria de Pérez Zamora. Sus razones tendrá. Lo cierto es que allí nos muestra todo su atavío. Elude los coches con maestría subiéndose a la acera cuando oye el motor peligroso. Luego baja tranquilamente y pasea sobre los adoquines. Unos adoquines que fueron colocados allí durante la alcaldía de don Ernesto de León Huerta (1910-1920). Y que costaron un céntimo cada unidad. (Estoy hablando en serio).

Pero perdonen ustedes porque, hablando de los adoquines y de don Ernesto, se me ha ido el santo al cielo y yo solo quiero hablar del gallo amigo. Puedo añadir que el animalito duerme una noche en la Puerta de Tierra y otra en los jardines de la Plaza de Ramón Arocha. Se ve que el mozo tiene buen gusto.

En el pueblo hay una señora que le dice, cuando se lo tropieza, "¡acompáñame; ven conmigo!" Y el gallo la obedece. Por si no fuera bastante, cuando se acercan los turistas a hacerle fotografías, él se pone de perfil, de frente, con las alas extendidas o plegadas, según crea. Se ha acostumbrado a ir a comer, a mediodía y por la noche, a los alrededores de un bar que hay cerca del muelle. Los dueños del bar le entregan el alimento y el gallo lo devora. Luego se toma unos tragos del agua que le ofrecen.

Aunque el animal vive en Garachico, su imagen es conocida ya en Bruselas, La Haya, Berlín, Londres, Roma, Canadá, EE.UU... Y no crean ustedes que los estoy engañando si les digo que tal imagen -la del gallo- está también en Pekín, Tokio, Seúl, Saigón... Los turistas a los que aludo (chinos, japoneses, coreanos, con sus ojos oblicuos) vienen desde muy lejos, aunque no todos. Algunos son de Cáceres, Jaén, Alicante, Segovia, Granada... Y todos traen cámara fotográfica, en la que ahora se permiten el lujo de incrustar la imagen de un gallo callejero.

Por muy pesimista que el articulista sea, no quiero pensar que -como casi siempre ocurre- el gracioso de turno se llevara el gallo a su casa. Y no para acompañar a sus gallinas, si las tiene, sino para meterlo en la cazuela. Que de todo hay en la viña del Señor.