Después del incidente con la telesilla, doña Monsi ha decidido mudarse por una temporada al bajo izquierda, que lleva varios años vacío, y así evita coger el ascensor. Mientras, y para poner remedio a su ataque de claustrofobia, ha contactado con una vidente, siguiendo recomendaciones de Lupe, la peluquera, quien le contó que una de sus clientas acabó con su miedo a volar gracias a Pitusa, una médium.

La señora, entrada en años pero más todavía en carnes, y con los ojos pintados a lo Cleopatra la noche que invitó a cenar a Julio César, llegó el martes al edificio con un señor azulado (con zeta), a su lado (con ese y separado). Neruda, vestido con el uniforme de jefe de seguridad, que le da un cierto aire con el poli de los Village People, les esperaba en la puerta para acompañar a la extraña pareja al piso de doña Monsi.

-¿Qué estará tramando la loca esta? No me gusta nada el andar de la perrita -comentó la Padilla.

-Pues acabo de llegar del veterinario con Miniña y está perfecta -dijo María Victoria, que subía con una de las caniches.

-Desde luego no auguro nada bueno de esto. La señora esa es más rara que un perro verde y el hombre se parece al unicornio azul de Silvio Rodríguez. Esto acaba en lío -advirtió Carmela, aplastando una abeja con el paño del polvo.

Después de diez minutos, doña Monsi salió al portal y llamó a Carmela.

-Tú, olvídate hoy de las escaleras y dedícate a limpiar a fondo el ascensor -le ordenó-. Pitusa necesita entrar en el aparato para averiguar por qué he desarrollado esté pánico.

-A ver, y ya van más de cinco veces en este año que se lo digo: yo solo me encargo de las escaleras. Si quiere algo extra, me tiene que pagar aparte y, que yo sepa, la comunidad no tiene ni un euro -le recordó.

-¿Qué tonterías son esas? Coge la fregona y haz lo que te digo, ¡insurgente! -gritó.

Esas palabras destaparon la caja de los truenos. Úrsula y la Padilla apretaron mandíbula, sacaron pechos y se encararon a la presidenta.

-Eh, eh, bájeme el labio. Esas no son formas de tratar a la gente -le dijo Úrsula.

Doña Monsi miró a Neruda como diciéndole: ¡ataca! Pero el pobre hombre no entendió el gesto y le dijo que la vidente ya estaba lista para empezar la sesión. En ese instante Pitusa y el hombre azul se colocaron frente al ascensor y ella comenzó a entrar en trance.

-Puedo verlo. Puedo verlo -dijo llevándose las manos a la cabeza, como el hijo de la Padilla cuando vio a Malú en la Gala de Cadena Dial.

-¿A quién dice que puede ver? -preguntó asustada María Victoria, apretando con fuerza a su perrita, que empezó a asfixiarse y a respirar agitada.

El señor azul nos miró de mala gana y exigió silencio. Brígida cree que, de paso, nos echó un mal de ojo, pero yo le dije que eso era imposible porque sus gafas tenían un cristal muy grueso. "Imposible que pudiera atravesarlo", argumenté para tranquilizarla.

-Veo un bicho. No, no es uno. Son varios -gritó la médium con los ojos cerrados.

-Pues será la abeja que maté antes -dijo Carmela comprobando el paño.

Pitusa empezó a convulsionarse y a moverse sin control durante sesenta segundos, hasta que cayó desplomada al suelo. Todos nos quedamos impactados. Doña Monsi fue la única que sonrió al verla allí tirada: "Vaya, seguro que por fin sabe cuál es la causa de mi pánico al ascensor".

-¿Qué dice? ¿No ve que ha sufrido un ataque de abejas? -apuntó Carmela, tratando de espantar a cuatro o cinco más que bajaban en tropel por el hueco de la escalera.

Neruda se ajustó la gorra, salió corriendo y pulsó el botón de alarma: "¡Rápido, a sus casas. Hay un enjambre!", gritó.

Doña Monsi abrió la puerta del ascensor y se encerró allí hasta que dos apicultores de la zona de Pedro Álvarez vinieron a sacarlas del edificio. Creemos que doña Monsi ya está curada.

La médium es la que está ingresada. No entendemos que no previera lo que le iba a pasar.

@IrmaCervino

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