Como ya estamos en campaña electoral pura y dura, aunque falten un par de meses para las elecciones, la gente de los partidos está de los nervios. Hay prisa y se pierden los últimos vestigios de prudencia. Nadie les ha explicado las virtudes de la brevedad. Por eso y porque les gusta escucharse a sí mismos, las respuestas a una pregunta son kilométricas. E increíbles.

Prometer puestos de trabajo es un clásico. Paulino Rivero prometió la última vez ochenta mil puestos de trabajo que luego fueron entre ochenta y mil, porque le cogió la crisis de por medio y el mercado laboral parecía el cementerio de Santa Lastenia. Pero la jodienda no tiene enmienda y ahora María Australia Navarro ha prometido, si gobierna, crear cien mil. Eso es ser pertinaz en la estupidez. Luego está el mensaje de los que estaban en la oposición o son nuevos partidos. Si les votamos, les crecerá el pelo a los calvos, sanarán los enfermos y los días de lluvia habrá que salir de casa con un balde porque de los cielos caerá leche y miel.

Pese a que los partidos, de la casta y la anticasta, parecen creer que la gente es un poco idiota, están equivocados. En realidad lo es mucho más. Porque si no lo fueran, a la vista de como se le falta al respeto, en este país el ejército tendría que llevar a votar al personal a punta de bayoneta.

Los milagros no existen. Y la panda de cantamañanas que va prometiendo por ahí que no va a pagar la deuda externa, que va a crear cientos de miles de puestos de trabajo o que habrá un sueldo para cada ciudadano son como los trileros que nos invitan a adivinar bajo qué vaso está la bolita. No hay más bolitas que las nuestras. Un día alguien hará un discurso sosegado y tranquilo diciéndonos lo que va a hacer para darnos los servicios de un estado de bienestar a cambio de sangrarnos lo menos posible. Pero será un día del futuro que aún no ha llegado.

Mientras tanto esto es lo que tenemos. Un circo. Partidos deshilachados que se muerden, se insultan y descalifican en una automutilación que ensucia la propia democracia. Campañas en las que unos y otros se gritan, descompuestos, lo que creen que su audiencia quiere oír. Debates sin altura, sin talla, sin profundidad. Discusiones evanescentes que los medios de comunicación amplifican para contribuir al jolgorio.

No existe una receta milagrosa para sacarnos del pozo de los trescientos y pico mil parados y del índice de pobreza y de exclusión social que existe en Canarias. No hay otra que no sea el tiempo y el trabajo. Y una dirigencia sensata y honesta que ayude a la gente a subir la última cuesta de la crisis. Y si no ayuda, que por lo menos no se suba a la chepa de la gente, como una carga más.