Hemos dado por sentado que todos los años recibiremos doce o más millones de visitantes que elegirán nuestras islas para pasar sus vacaciones. Lo damos por sentado con la misma naturalidad que dimos por sentado que la construcción era el motor del desarrollo de la isla, a pesar de que todo el mundo sabía que su peso en el PIB, superior al 11%, era una anomalía; a pesar de saber que sus 140.00 empleos eran demasiados; a pesar de que el ritmo al que estaban funcionando las extracciones de áridos que agujereaban la isla era insostenible. A pesar de todo eso, a nadie se le ocurrió que aquella burbuja de ladrillo iba a reventar de mala manera.

Los expertos dicen que la venta de servicios turísticos es un sector plenamente consolidado. Que el ocio es un elemento determinante de las nuevas sociedades y que siempre habrá millones de clientes para aquellos lugares tranquilos, con encanto, que sean un destino adecuado. Yo no voy a decir lo contrario. Sólo pretendo hacer un apunte sobre lo que dicen los expertos: uno de los mayores y mejores economistas del momento, Paul Krugman, cuando a comienzos de 2001 se produjo el estallido en bolsa de la burbuja de las puntocom (empresas tecnológicas que tras atraer miles de millones en inversión se hundieron estrepitosamente) recomendó a los estadounidenses invertir en ladrillo, porque las viviendas eran un valor seguro. Luego pasó lo que pasó.

Algunas personas, con muy escasa sensibilidad, han valorado los atentados terroristas de Túnez como un beneficio indirecto para Canarias. Por mucho que antes de decirlo se hayan lamentado del infortunio y las muertes causadas, sus palabras no pueden ser más inoportunas y equivocadas. Pensar que lo que ha ocurrido en Túnez no nos atañe es un gravísimo error. El terrorismo religioso yihadista es un virus que se propaga por el mundo de forma incontrolada y mata en cualquier lugar y en cualquier momento. Este país vivía conmovido pero enajenado de los sangrientos atentados que azotaban el planeta, hasta que un día, en pleno corazón de Madrid, lo vivió dolorosamente en carne propia. No. Lo que le pasa al prójimo te está pasando a ti porque te puede ocurrir en algún momento. Así que más que hacer cálculos de beneficio, atenuados por la condolencia, habría que poner las barbas a remojo.

El miedo tiene lo que tiene, que provoca reacciones irracionales. Que la gente tenga miedo a salir de su casa es malo. Que la gente lea que a unos turistas de vacaciones, aquí o allá, les secuestran y les matan, es malo. Nosotros damos por sentado que el crecimiento de la burbuja del turismo canario es ascendente e imparable. No nos vendría mal un poco de humildad y de sentido común. Primero, hay que cuidar de forma exquisita una seguridad que se degrada. Después hay que tomar nota de lo que provoca la barbarie extremista, ser solidarios en la persecución y captura de los asesinos y exigir al Estado la máxima atención a este devastador cáncer social. Y por último, en lo que explotamos el turismo, hay que hacer -pero ya- que agricultura e industria ocupen mayor espacio en nuestra riqueza. Por si las moscas los expertos vuelven a meter la gamba.