"He cambiado bastante de pensamiento". Se lo leí en una entrevista a Mario Bunge, filósofo y científico argentino, que fue Premio Príncipe de Asturias de Humanidades y Comunicación en 1982 y que ha publicado sus memorias a los 95 años. Cuentan que mantiene una enorme lucidez y una existencia tranquila y rutinaria que le han permitido escribir su vida y resumir su pensamiento.

"He cambiado bastante de pensamiento", dice, y lo explica en la charla con el periodista, aunque ahora no me voy a detener en su argumento. Con lo que yo me quedo es con el hecho mismo de la evolución, del cambio en su forma de pensar conforme ha discurrido su actividad vital. A lo largo de una vida hay ocasiones en las que los hechos, en mayor o menor proporción, desafían una idea de partida o preconcebida. No veo cómo modificar la idea ante la evidencia si no es con flexibilidad y no menos dosis de humildad. La realidad muestra que hay quien se mantiene en sus trece a pesar de todo, y quien, por el contrario, está dispuesto a buscar ideas nuevas o a indagar.

Un estudio que publicó La Vanguardia (que se refería a su vez a BBC Mundo) revelaba que un grupo de niños y niñas se había mostrado más inteligente que estudiantes universitarios gracias a su flexibilidad mental. Investigadores de la Universidad de California-Berkeley, Estados Unidos, demostraron que "para resolver un problema, muchas veces es mucho más importante disponer de una mente abierta, sin ideas preconcebidas y capaz de imaginar soluciones que se salen de la norma, a acumular en nuestra mente grandes dosis de conocimientos".

En el estudio participaron 106 niños y niñas de preescolar y 170 estudiantes universitarios. A ambos grupos se les pidió que comprendieran cómo poner en marcha un aparato que funcionaba de un modo inusual. El artilugio se encendía y emitía música solo cuando colocaban encima del mismo una o algunas piezas de diferentes formas que los investigadores llamaron "blickets" (que en realidad es una palabra inventada sin ningún significado). Los científicos explican que los menores "entendieron con mayor rapidez que, combinando de forma inusual esos "blickets", podían hacer que el dispositivo funcionara, mientras que los universitarios se quedaron atascados intentando determinar la eficacia de cada pieza de forma individual".

Según se explica, "muchos universitarios decidieron ignorar aquellas evidencias que no se correspondían con la experiencia que habían acumulado por muy ciertas que fueran". Los investigadores creen que "los menores demostraron ser más listos en el experimento porque son mentalmente más flexibles y están menos influenciados que los adultos por las ideas preconcebidas sobre causa-efecto".

Añado la reflexión de uno de los investigadores llamado Christopher Lucas: "Los adultos parecen tener más expectativas sobre lo que debe y no debe suceder, y eso hace que presten menos atención a las evidencias que se les presentan, tardando más tiempo en aprender lo que está pasando frente a ellos". Los niños y niñas, sin embargo, "son mucho mejores a la hora de aprender nuevas verdades fundamentales sobre cómo funciona el mundo".

La buena noticia es que, según Lucas, la manera en la que los menores se enfrentan a lo nuevo también podría ser utilizada por nosotros, los adultos. Es decir, todavía estamos a tiempo de aprender de las criaturas su flexibilidad y su apertura mental. Quizás ese mismo mecanismo es el que llevó a Bunge a reformular su pensamiento varias veces a lo largo de su vida.

Pero para eso tenemos que superar rigideces mentales e intuyo que también rigideces del ego. Cuando los hechos hablan y revelan y evidencian, cambiar de opinión no solo parece obvio, sino también lo más sensato.

@rociocelisr cuentasconmipalabra.com