Dice un viejo axioma que hay candidatos que los partidos imponen a la sociedad y candidatos que la sociedad impone a los partidos. Es de justicia reconocer que los que más abundan son los de la primera parte contratante. Así que cuando alguien intenta producir una renovación profunda en un partido político, lo conveniente es que se haga con el poder interno, porque si no difícilmente podrá cambiar nada que no sea el agua al canario.

Aunque la primera de las fuerzas que mueven el mundo es la mentira, como decía Revel, la segunda es la ambición, que es una vieja amiga del poder. Y el poder, en nuestras democracias, se reparte en precarios desequilibrios entre la partitocracia reinante, la gran burocracia funcionarias del Estado y los dueños del poder financiero.

Mantener una estructura como un partido político implica la existencia de ciertas jerarquías. El experimento asambleario suele terminar a los pocos pasos, en cuanto un movimiento comienza su proceso de organización. Podemos es un buen ejemplo de un comienzo libertario que empieza a mostrar ya síntomas de un centralismo democrático. La candidata del PSOE, Patricia Hernández, fue elegida por simpatizantes y militantes para encabezar la lista del partido a la presidencia del Gobierno regional. Para nada más. Pero Patricia quiere cambiar el partido para ser coherente con su discurso de que las cosas están cambiando en el socialismo canario. Y quiere cambiarlo sin tener la fuerza suficiente para hacerlo desde dentro.

En todos los partidos se cuecen habas al hacer las listas. En Coalición Canaria tienen un lío gordo en Fuerteventura, con el hijo de su padre. Y en El Hierro donde les dieron por votar en plan asambleario justo el día que algún candidato estaba de viaje. Y eso que la guerra termonuclear por la presidencia ya la tenían cerrada desde hace meses. Pero es lo que tiene el poder. El mismo que hace que en un partido tan hermético como el PP, donde el que se mueve -por ejemplo Bravo de Laguna- no sale en la foto, pasen cosas tan extrañas como la frustrada candidatura a La Laguna de Ana Zurita ocupada después por Antonio Alarcó.

Las listas son el peor momento para hacer reformas. Por eso el cambio que Patricia Hernández quiere llevar al PSOE tendría que esperar a su momento, que es un congreso regional del partido. Que la candidata quiera en las listas a personas afines es muy humano. Tanto como que haya otros candidatos que también quieran ir. Lo importante de todo esto es que mientras en el PP y los nacionalistas la sangre no llegará al río, en el caso del PSOE los platos rotos irán más lejos.

Madrid no parece dispuesta a cambiar la decisión tomada por los socialistas canarios. Y Patricia Hernández se quedará aislada. Ha jugado sus cartas con osadía y eso tiene un precio. Al día siguiente de las elecciones en Canarias es previsible que las heridas sin cerrar vuelvan a abrirse. Y según hayan sido los resultados, se pasarán algunas facturas. O lo que es lo mismo, la mala noticia es que en el PSOE hay divisiones, rencores y descontentos que no se acabarán cuando se acaben las listas. Ese sí que es un problema.