Los jóvenes están llamados a cambiar las cosas, a transgredir, a romper las fronteras que constreñían la vida antes de ellos. A renovar y a inventar con talento nuevas formas de hacer la realidad y nuevas maneras de ser felices. Desde que el mundo es mundo, las nuevas generaciones han cambiado las pautas de comportamiento de sus mayores escandalizados. En el mundo del arte o de la ciencia, en los deportes o en los hábitos sociales, el progreso se ha cimentado sobre nuevas formas de experimentar que rompieron con la tradición.

Hablar en España de la "vieja política", en contraposición a una nueva manera de hacer las cosas, no es más que cumplir con el anciano rito de la renovación. Hay toda una clase política joven que viene empujando para hacerse con las riendas de la realidad y cambiarla. Gentes que vienen de los grupos anticapitalistas, de corrientes diversas del comunismo, de las universidades, de la decepción, del paro, de una sociedad que no ha estado a la altura de sus expectativas. Son muchos y quieren cambiarlo todo. Y eso es parte de los ciclos que se cumplen de forma inexorable en las sociedades.

Pero hablar de la "vieja política" ignorando que un día fue tan nueva y reluciente como la que se plantea ahora es un grave error de perspectiva. Las agotadas generaciones de hoy vivieron los últimos años de una cruel dictadura que el tiempo ha cubierto con una falsa capa de bonhomía. Ellos hicieron posible una imposible reconciliación en España. Los hijos de los vencedores y los de los vencidos se encontraron a mitad de un nuevo camino de libertades. La falsa historia de la salvación nacional decayó en la realidad de unos golpistas y una dictadura agotada. Sindicatos y partidos políticos brotaron como flores de una estrenada sensación de vivir. Se estrenó "Opera prima" y "Tigres de papel" y "Asignatura pendiente" y "Volver a empezar" y tanto nuevo y maravilloso cine español. Y se fumaron porros y se cantó a Serrat, ese maravilloso poeta catalán en español. Y hubo un intento de golpe de estado. Y mucho miedo. Pero lo superaron. Y siguieron adelante, modernizando el ejército y acabando con aquella España de la paloma del No-Do. Y vino otro país. El del cambio. Con la Expo 92, donde se botaban barcos que se hundían, y las Olimpiadas de Barcelona. Y la OTAN. Y la Unión Europea. Y se nos cayó la caspa del vecino del quinto.

Todo eso fue pasado. Pero como dijo el poeta, lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado. Aquellas raíces son el origen del árbol que, con más o menos hojas, crece hoy en el solar de España. Quienes hablan con desprecio de la "vieja política" demuestran un adanismo infantiloide y muy poco seso. Ellos mismos serán un día el pasado. Y me pregunto si andado el tiempo, la "nueva política" dejará a este país la mitad del legado que le dejaron aquellos a quienes hoy tanto se desprecia o será sólo una manifestación de eso tan español que Azaña, otro jodido viejo de la casta, llamaba vasta empresa de demoliciones.