No recuerdo ahora dónde lo escuché. Hará un par de semanas. Dos belgas -creo que eran belgas- apostaron entre ellos a ver si eran capaces de estar una semana sin quejarse de nada. Al parecer les costó bastante. Sobre todo los primeros días. Tiraban de estrategias de todo tipo con tal que por su boca no saliera un suspiro. Y lo consiguieron.

Debió resultarles tan gratificante la experiencia que alargaron el desafío a un mes. No quejarse ha pasado a ser una característica de su personalidad. Confiesan ser mucho más felices, más optimistas, más alegres. Y los que les rodean, no digamos.

Parece la naturaleza humana tan proclive a quejarse por todo... Rectifico: parece la naturaleza de los occidentales, los agraciados humanos del buen comer, del buen beber, del mejor "vivir" -eso nos creemos-, tan propicia a retorcerse por todo, a hacer partícipes a los demás de nuestros picores, dolores, angustias, mala suerte, temores, etecé, etecé, etecé... Ah, pero que igual que bostezar es contagioso -desde que abres la boca, el de enfrente hace lo mismo- en la queja pasa igual: "Me he levantado con un dolor en la espalda que me tiene doblado".

Lo normal, en quien le escucha sería preguntarle... yo qué sé: -¿Te dolía ya ayer? -Será de una mala postura. -¿Te estará afectando el cambio de tiempo? -¿Has ido o vas a ir al médico? -Verás que eso no es nada... ¡Pues no! Desde que termina de contar el "sufrimientillo", salta el que debería ser su paño de lágrimas con lo suyo: -"Pues yo... Yo sí que estoy mal. Llevo dos semanas que no puedo ni agacharme. Además..., he consultado en internet..., y de las tres mil quinientas posibilidades que hay de que no sea algo grave, esto mío no casa con ninguna. Lo mío es la tres mil quinientas una. Y esa sí que es grave. Por lo menos si no se coge a tiempo. Y yo..., que siempre llego tarde a todo..." ¡Ay, señor que amargura, la mía!".

Como para quejarse -piensa el primero-. Hasta pena le da. Para qué diría yo nada -piensa-. Pero, ojo, que al día siguiente se cambian los papeles. Y el quejica segundo consigue la "pullposition" sin que ya nadie pueda adelantarle. Y así sucesivamente vamos llorando nuestras desgracillas como si fuéramos los crucificados, mientras que los verdaderamente dañados se callan o hasta gastan sus pocas fuerzas en consolar a los quejicas.

Es un sinvivir, qué quieren que les diga. Qué mal acostumbrados estamos. Si llueve..., porque llueve, y si escampa..., pues porque cuánta falta nos hace el agua. El caso es que nunca llueve a gusto de todos.

En este país en el que unos pitan al himno y otros se ofenden por ello, donde todo se ha relativizado tanto, tenemos tantas libertades..., que se nos está olvidando la importancia de lo importante. Porque nuestro campo visual se ha reducido tanto que no vemos a más de un metro de nuestras narices. Sólo nos importamos nosotros. Sólo "lo nuestro" merece la pena. Y los demás, si nos sirven para algo pues estupendo y si no..., que les den.

Así tenemos un pueblo, una ciudad, una comunidad, un país de quejicas. De egoístas. De egocéntricos. Y de pobres de espíritu. Hemos ido hacia atrás. Nos hemos acercado tanto a Europa que olvidamos nuestros rasgos. Tradicionalmente nos veían en el Viejo Continente y en el mundo como abanderados de la capacidad de aguante. Dicen de nosotros que nos gusta disfrutar del momento. Una noción espontánea del carpe díem. Y a mí me parece que cada vez nos parecemos más a ellos. En lo malo. Qué pena que no se nos degrade esa tendencia a la deslegitimación del otro. Eso sí deberíamos copiar de Europa.

Les propongo una semana sin quejarse de nada. Prueben a ver. Es posible que hasta se aficionen.

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es