Los números cantan. El Tenerife acumuló ayer su séptimo partido consecutivo sin perder y su cuarta visita, las de la era Agné, sumando. Cuatro puntos en otros tantos desplazamientos. Las sensaciones resultaron también positivas, puesto que el juego fue bueno y la producción de ocasiones alta. Pero se vuelve a casa con sabor agridulce. Satisfecho por el trabajo, pero lamentando la gran oportunidad perdida. Una de esas idílicas para romper la sequía de triunfos a domicilio que sufre desde noviembre. Empezó de la peor manera posible el equipo insular, que concedió un gol en la primera acción ofensiva rival. No había estado fino Cristo Díaz en la presión, demasiado laxa, al pasador; Raúl Cámara regaló el interior a Adama Traoré, que le ganó la espalda y centró; Albizua no cerró la línea de pase a Dongou, que empujó a la red. ¿Habilidad local? Por supuesto. Error en cadena visitante por su fría salida, también. Pero si por algo se ha distinguido el equipo que ahora dirige Jordi Vinyals es por ser un auténtico peligro en las dos áreas. Enseguida lo puso en evidencia. Una pérdida infantil en la salida puso en bandeja el balón a Suso que, vestido de asistente, sirvió para Ifrán. El uruguayo había avisado dos minutos antes con un cabezazo que se marchó fuera por poco. En el corazón del área no perdonó. Su remate, a quemarropa, fue demasiado para Suárez. Corría el minuto 12 y los dos porteros habían recogido del fondo de la portería su primer balón en juego. Habían sucedido demasiadas cosas para lo que está acostumbrado a vivir el Tenerife, que decidió enfriar el encuentro. Fueron diez minutos de nada. Y tanto se enfrió la cosa que la zaga visitante se acomodó y defendió fatal una pared de Grimaldo y Sandro. La acción acabó con un derribo de Carlos Ruiz dentro del área. El penalti lo transformó en gol Patric (22''). Volver a empezar. Pero hay días que se dan las circunstancias propicias para lograr algo importante y el de ayer fue uno de ellos. Por eso, Dongou se autoexpulsó con una entrada sobre Vitolo a destiempo y en el centro del campo. Arias López no lo dudó y dejó al Barcelona B con uno menos y casi una hora de juego por delante. Empezaba otro partido. Uno en el que los locales renunciaron a su identidad, se refugiaron cerca de su área y se entregaron a la defensa de su ventaja. De repente, el Tenerife se encontró con el balón. Y aunque le costó hallar la dinámica algunos minutos, se hizo con el control del choque. Antes del descanso ya estuvo a punto de empatar en un remate de Maxi Pérez que se estrelló en el poste (38''). No es menos cierto que, en la siguiente jugada, Sandro falló un gol cantado que hubiera otorgado mayor ventaja a los azulgranas. Pero fue ese el último acercamiento peligroso de los de Vinyals. La segunda mitad fue un monólogo. Se jugó ya en una sola dirección y con una cantidad de ocasiones tal que algo distinto a la victoria canaria parecía imposible. Antes del empate, lo intentó Juan Carlos Real desde la frontal (47''). El exdeportivista había sustituido a Cristo Díaz para darle un giro ofensivo al asunto. Pero el puñal blanquiazul fue Suso. Sus segundos 45 minutos fueron un espectáculo. Pudo marcar si no es por Palencia, que despejó bajo palos (51''). Más tarde, en una acción de estrategia (54''). En mitad de sus dos oportunidades puso un balón en la cabeza de Carlos Ruiz que este remató fuera por poco. Sufría Grimaldo, demasiado solo ante el de Taco, para frenar sus internadas. Y en una de ellas, puso un buen servicio a Maxi, que no perdonó (60''). Primero Lucas y luego Joan Román entraron en el cuadro catalán para suturar la herida que había abierto Suso en canal. No lo consiguieron. Por allí siguió estando el peligro. Con media hora por delante, el tercer tanto insular tenía que caer. Pero no fue así. Las llegadas fueron constantes. Vitolo lo intentó en dos ocasiones (71'' y 79''), Ifrán se revolvió en otra sin encontrar portería (81'') y Juan Carlos obligó a Suárez a realizar su mejor intervención de la tarde (91''). Parecía increíble, pero sucedió. El Barcelona B aguantó el chaparrón.