Seguro que no soy el único que lo ha pensado después de que el copiloto alemán se estrellara, con todo el pasaje a bordo, contra un risco. Desde el atentado de las torres gemelas, en Nueva York, los controles a los que somos sometidos los pasajeros en los aeropuertos resultan casi insoportables. Los aguantamos con resignación porque entendemos que son por nuestro propio bien, aunque los expertos señalan que si algún terrorista quisiera atentar contra un avión no llevaría una bomba en los calzoncillos o en el equipaje de mano y que existen otras formas de introducir armas o explosivos a bordo de una aeronave. Pero bueno... Los viajes se inician con más antelación, porque ya calculamos el tiempo que vamos a tardar en pasar los controles de seguridad. Y entonces pasa lo del vuelo de Germanwings y uno se queda helado. ¿De qué vale tanta seguridad cuando resulta que el sistema tiene más agujeros que un colador?

O sea, que a nosotros nos miran hasta el sobaco, nos registran, nos hacen quitar los zapatos, nos examinan en arcos de seguridad y escáneres, nos hacen dejar un frasco de perfume si pasa de cien mililitros o una botella de agua... A nosotros nos acogotan con todo tipo de exámenes ¿y dejan volar a un piloto que tenía informes donde se le daba de baja y donde se le advertía que ya no podría volar más? ¿Un piloto con desprendimiento de retina?

La Fiscalía de Düsseldorf reveló hace unos días que Lubitz, el copiloto, estuvo hace años, antes de conseguir su licencia, bajo tratamiento psicoterapéutico por "tendencias suicidas" durante un largo periodo de tiempo. Acojonante. Pero es que las visitas al médico siguieron durante muchos meses ya como tripulante de aviones comerciales. Ahora resulta que el piloto alemán había dado algunas señales de que algo no iba bien, pero nadie las vio. Y además, dicen, los informes médicos son confidenciales. ¿Confidenciales? También lo es mi ropa interior y me tengo que quitar los pantalones si me lo ordenan en un control antes de subir a un vuelo.

Un fallo mecánico es casi impredecible. A los humanos se nos ve venir. Sorprende tanto control del pasaje y tan poco de los conductores. Ahora nos empezamos a enterar de que los pilotos van frecuentemente al baño dejando solo a sus copilotos. Parece que la vejiga no aguanta dos o tres horas. Las autoridades de aviación de la Agencia Europea de Seguridad Aérea (AESA) han pedido que se aumenten los controles de seguridad y las pruebas que debe superar el personal de vuelo, como por ejemplo que los tests que deben hacer los pilotos no sean del tipo absolutamente idiota que pregunta: "¿Tiene usted tendencias suicidas?", sino algo a ser posible con preguntas un poco más complejas.

Nuestros sistemas de seguridad son capaces de detectar y detener a un perturbado que escribe en Twitter mensajes racistas desde Murcia (dijo que las víctimas del avión eran catalanes, no personas) y dejan pasar por el colador a un piloto con desequilibrios siquiátricos, al que había dejado la novia y al que le habían prohibido volar. La seguridad es una mentira. Lo único que nos queda es el miedo.