Vuela el tiempo más rápido de lo que deseamos, y como tal el bucle nos retorna a la celebración de los ritos y tradiciones de la Semana Santa. Este año, por puro oportunismo del calendario, coincide con la Pascua Judía, que rememora el largo éxodo de los israelitas por el desierto, después de ser liberados por Moisés para conducirlos a la Tierra Prometida. Una tierra que, paradojas de la política y la condición humana, aún persiste en conflicto permanente entre vecinos, intercambiando atentados y misiles como torvas palomas mensajeras de la muerte. Pero volvamos a las tradiciones de nuestro entorno, porque estos conflictos, por fortuna, nos quedan lejos.

Desde que tengo uso de razón, y por la educación recibida durante el apogeo de la Dictadura, pese a que este Estado se tache ahora de aconfesional, la celebración litúrgica, aún arraigada en muchas familias, toma protagonismo en todas las ciudades y pueblos del país; aunque por circunstancias sociales y económicas, que todo hay que decirlo, se ha convertido en un espectáculo de masas nada ajeno al repertorio del programa turístico local. Y si alguien lo pone en duda, los remito a Sevilla, Málaga o a nuestra Aguere y al mismo Adeje, en donde los fastos se manifiestan con solemnidad, con un clero totalmente entregado y participado por cofradías de fieles con mescolanza de túnicas y capirotes. Siempre presidido por autoridades eclesiásticas, civiles y militares; amén de un sinnúmero de personajes de ambos sexos con relevancia social, que no pierden la oportunidad de alardear de su poderío e influencia. Una actitud que hoy se entremezcla tristemente con el ritual de la propia celebración, como si se tratase de un elemento intrínseco del acto. La vanidad humana, que no tiene límites, ha llevado incluso a que los responsables eclesiásticos hayan dictado recientemente, en la misma Málaga, una serie de normas de contención del exhibicionismo desmesurado. Nada de escotes pronunciados y faldas muy cortas, así como tampoco abusos estilistas en peinados o maquillajes; prevaleciendo una austeridad carente de joyas y el aditamento de un sencillo moño en la nuca para fijar la peineta que sostendrá el consiguiente velo o mantilla. Prohibiciones también extensibles al modo de vestir y a la exagerada ostentación masculina, que haberla hayla.

Dicho sea de otro modo, para esta rememoración anual no hacen falta tantas alforjas de jactancia, pues para tales excesos sería más aconsejable que se embutieran en una ropa informal y trazaran rumbo a las playas del litoral, en donde sí podrán hacer alarde de su idiosincrasia, sin faltar el respeto a unos ritos en donde los verdaderos creyentes lo experimentan con emocionado fervor. No olvidemos que en la tolerancia y el respeto por lo ajeno anida la convivencia más válida. "Tempus fugit", que diría Virgilio, por lo rápido que pasamos del polvorón a la torrija; o a la chuleta, si así lo prefieren los no practicantes o los agnósticos.

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