El moderno Estado de bienestar no significa que todos los ciudadanos sean iguales. Eso sólo lo pueden pensar quienes quieren vernos de uniforme. La igualdad es imposible y posiblemente indeseable. Lo que debe garantizar el Estado de bienestar es la igualdad de oportunidades y servicios públicos. Educación para todos y que los mejores saquen mejores notas. Sanidad para todos y que los más enfermos sean más rápidamente atendidos.

Pero además de esa tarea -que raramente se cumple bien- el Estado asume otra: que nadie se quede tirado en la cuneta de la vida. En nuestra sociedad no rige la ley de la selva, en la que el pez grande se come al chico. O mejor dicho, no rige siempre. Lo que nos distingue de otros sistemas menos progresistas es que la solidaridad no es un ejercicio voluntario de los miembros de la sociedad entre ellos mismos, sino que se ejerce directamente por los poderes públicos. El Estado debe garantizar que nadie muera de hambre, que existan comedores y albergues para los más necesitados, ayudas para familias en apuros y un largo catálogo de instrumentos dirigidos a que los más débiles no sean devorados por la vida.

Me he metido todo este rollo para traerles hasta la idea de que Canarias es, a los efectos territoriales, un jodido mendigo. Vivimos donde el diablo perdió los pelos del rabo, somos dos millones y pico de habitantes en un territorio mas bien escaso, con una economía que no puede dar trabajo a más de trescientas mil personas, con unas producciones que para venderse deben recorrer más de mil kilómetros por mar o aire para llegar a la primera tierra continental europea y después otros tantos, por carretera o en avión, para llegar a los mercados.

Somos de los más débiles del Estado. Lo dicen las cifras macroeconómicas y los saben las miles de familias que apenas llegan a fin de mes. Y por esa razón desde hace muchos años existen unas medidas especialmente adoptadas para compensar a los ciudadanos de Canarias por los sobrecostes de vivir aquí. O lo que es lo mismo: se adoptaron medidas para que los costos de la vida en Canarias fueran iguales a los de la media peninsular. Las subvenciones al transporte de viajeros y mercancías, a la producción de energía eléctrica o a la depuración de aguas, por citar algunas medidas del Régimen Económico y Fiscal, son exactamente eso, formas de nivelar nuestra vida para hacerla equiparable a la del resto de los ciudadanos del Estado.

Pero tarari que te vi. Hace ya algunos años que el Gobierno central no hace más revolvernos los garbanzos. Nos han quitado ayudas y nos han recortado fondos. La excusa de que había que atajar el déficit público no vale. No se puede hacer políticas de ajuste con los más débiles. Es como si el alcalde le cobrara impuestos a los mendigos por usar la calle. Han sido injustos y ciegos.

Ahora el Gobierno de Canarias ha elaborado un nuevo documento de régimen económico solicitando un marco de medidas estables para las desventajas estructurales de Canarias (las que nunca van a desaparecer) y otras destinadas a tratar algunos problemas especialmente singulares y peligrosos, como la altísima tasa de paro. Hay algunas referencias al artículo 349 del Tratado de Lisboa, intentando que Madrid acepte un estatuto especial de Canarias dentro del Estado, algo que la Unión Europea ya reconoce a las regiones ultraperiféricas como Canarias. En general se plantean muchas medidas sin concretar y otras perfectamente cuantificadas. Algunas evidentes y escandalosamente necesarias y otras más o menos discutibles.

No quiero aburrirles hablando en detalle de un texto del que van a depender sus vidas y las de sus hijos. Sólo decirles que es un documento parido sin expectación y sin grandeza, casi anónimo, en una sociedad desinteresada y apática.

Sería consolador decir que la culpa la tiene los partidos políticos, los empresarios o los sindicatos. O las universidades y asociaciones culturales. O el Gobierno. Pero no. La culpa, si existe, de este nuevo episodio de comportamiento caribeño es toda nuestra; de una sociedad embrutecida y arisca, de grito fácil y escasa reflexión. Tenemos lo que nos merecemos. Ni más ni menos.