Uno de los canarios más universales ha sido sin duda César Manrique. No es que no haya habido otros tan conocidos como él, sino porque a él le tocó vivir en una época dorada para las comunicaciones: cualquiera de sus geniales obras resultaban ampliamente difundidas aun antes de ser terminadas. De ahí el interés que los canarios hemos sentido por ellas, reflejado en gran número de actuaciones en todo el archipiélago. Mi impresión, sin embargo, dejando a un lado a su amado Lanzarote, es que Manrique sintió una especial predilección por Tenerife. Siempre se ha dicho, quizá asentado en el eterno pleito insular, que los palmeros y los conejeros han "tirado" más por Gran Canaria y Tenerife, respectivamente, creyendo que estas últimas, por ser sedes de las capitales provinciales, han despojado a las periféricas de lo que les correspondía.

Sea cierto o no lo anterior, lo que sí parece claro es la admiración que le causaba a Manrique el paisaje tinerfeño, sobre todo el del sur, tan parecido al de su isla natal. Aquí se sitúan varias de las obras que le dieron fama -Parque Marítimo de Santa Cruz, Lago Martiánez y Playa Jardín en el Puerto de la Cruz-, sin olvidar los innumerables dibujos y pinturas que se pueden apreciar en diversos artículos de propaganda y servicios públicos; tener como fondo "algo" de Manrique, reconocible por todos los chicharreros, es una muestra clara de canariedad. Quizá por ese motivo la Fundación Cajacanarias eligió su figura hace unos años para llevar a cabo una gran exposición de su obra, "César Manrique: la conciencia de un paisaje", así como colaborar de manera decidida con la Fundación César Manrique en la realización de un extraordinario vídeo, "Taro, el eco de Manrique", que resaltó la vida del genial pintor y los acontecimientos que la jalonaron. Fue una obra encomendada al director tinerfeño Miguel G. Morales, inmediatamente difundida por ambas fundaciones y muy bien ponderada en los círculos culturales de las islas.

El éxito de su proyección fue quizá el aldabonazo que indicó a la Fundación César Manrique que su misión tenía que completarse, que no podía quedar meramente en la figura del pintor, sino en la de quienes colaboraron con él en la realización de sus magnas obras, y lógicamente el encargo recayó de nuevo en el ya experimentado en estas lides Miguel G. Morales. El resultado, "Maestro de obras Luis Morales: las otras manos de Manrique", fue una auténtica primicia que resaltó la gran obra de Morales al ser capaz de transformar en realidad lo que la "calenturienta" mente de Manrique imaginaba. Sus rápidos dibujos y bosquejos, a veces plasmados en servilletas de un bar, fueron suficientes para que Morales los convirtiera en lo que hoy contemplamos en los Jameos del Agua, la Cueva de los Verdes, los Miradores del Río y de la Peña, el Jardín del Cactus y tantas otras obras. Un trabajo sin duda alguna digno del mayor elogio.

Pero estaba claro también que no había sido Luis Morales el único colaborador de Manrique. Detrás del capitán de un barco están los oficiales de puente y máquinas que ejecutan sus órdenes, y detrás de Morales estaban Santiago Hernández, soldador; Feliciano Lutzardo, jardinero; José Caraballo, carpintero, y Gregorio de León, pedrero, quienes con sus "manos", físicamente hablando, sí que convirtieron en realidad palpable los sueños de Manrique. Era preciso realizar un nuevo documental para homenajear a aquellos hombres que realizaron ese esfuerzo durante décadas, de tal modo que en esta ocasión fue el cabildo lanzaroteño, a través de la Red de Centros de Arte, Cultura y Turismo, el que encargó una vez más a Miguel G. Morales el trabajo de resaltar a los mencionados colaboradores de Manrique. El resultado, un extraordinario documental titulado "Las manos" que fue presentado en el aún no inaugurado oficialmente auditorio de los Jameos del Agua el pasado día 27 de marzo, constituyó un rotundo éxito para el director y su equipo -Jorge Rojas, fotografía y montaje; Alejandro Acosta, música, y Fabián Yanes, sonido-, éxito que debería ser compartido por los espectadores de todo el archipiélago proyectándolo en los locales más apropiados. Su objetivo lo merece.