No, no citaré sino lo imprescindible del que fuera emblemático hotel Quisisana, obra de Mariano Estanga, y anteriormente hasta el fallecimiento de su esposa, Jane Mariner, grandiosa residencia propiedad del judío de origen ruso, nacionalizado inglés, llamado Henry Wolfson Ossipoff. La crisis de las dos grandes guerras mundiales y nuestra Guerra Civil cerraron las puertas a dicha actividad. Después, en manos de la Junta Insular de Turismo, dependiente del Cabildo, el edificio y terrenos anexos fueron vendidos a la orden Escolapia e inaugurado como colegio a inicios de los cuarenta. De las experiencias vividas por tantas generaciones, ha surgido desde hace algún tiempo la Asociación de Antiguos Alumnos, que convoca cada año a la suma de ellos, algunos ya fallecidos y otros con más lustros de los que quisiéramos, a su reunión anual de confraternización.

Aunque jamás he asistido, cuando esta se emplaza -el próximo sábado 11- no puedo evitar dejar volar la mente por el devenir de aquellos años de austeridad económica, en donde no todas las familias se podían permitir el privilegio de la educación privada. Fruto de este elitismo de las familias ricas o de clase media acomodada, han surgido nombres que han sido pilares de la vida social y política de la Isla y aún del Archipiélago. De mi curso, divididos entonces en dos clases por orden de apellidos, suelo tropezarme con rostros familiares, que si bien eran coetáneos no formaban parte de la pandilla propiamente dicha. La mía, capitaneada por los hermanos Pérez Álvarez, Domingo y Nicolás, hijos del comisario jefe de la Brigada Social, el realejero Domingo Pérez Estévez, la secundábamos Alfredo García Peraza, Juan Namé Mnair y yo. Nuestro grupo de compinches también estaba vinculado a otra pandilla con sede en la Rambla -que recordaré en otra ocasión- no perteneciente al colegio.

En cuanto a las relaciones con nuestros curas docentes, cuya lista no enumero pero recuerdo, a la que añado los seglares don Victoriano López, don Ceferino Bermejo y don José Palenzuela (omito todos sus motes), hoy puedo tacharla de irregular por sus métodos de educación; algunos muy fieles al axioma de "la letra con sangre entra". Práctica hoy inadmisible, como igualmente lo era la imposición a marcha martillo de la misa diaria matutina y rosario con letanía por las tardes; amén de comunión obligatoria mensual. Intentar imponer un credo sin convicción entre niños y adolescentes inmaduros resultaría hoy inaceptable, de ahí la pizca de resquemor que aún conservo de aquella etapa de constricción de libertades personales y el derecho a la elección de nuestras creencias. Me ha agradado el proyecto de creación de un voluntariado entre los más jóvenes, para aliviar la soledad de los exalumnos más longevos. Incluso abundaría en gestionar alguna ayuda social para los que la necesiten. Felicito por la idea al actual secretario Jesús Pedreira, al vicepresidente Jaime Merelo y a otros miembros, que días pasados visitaron a la editora-directora de EL DÍA, Mercedes Rodríguez.

jcvmonteverde@hotmail.com