Hay mujeres que reclaman y reivindican visibilidad, tanto en el plano personal como social. En el ámbito de la actividad artística, un leve repaso desvela cómo han sufrido el "pastoreo" de quienes las han querido relegar hasta ese redil oscuro del olvido, intentando estabular una creatividad desbordante.

Desde ayer, el Círculo de Bellas Artes de la capital tinerfeña ha soltado las ataduras de las "ovejas negras", dando así inicio a un ciclo que se abrió con la intervención de la presidenta de este espacio cultural, Dulce Xerach, introductora de la figura y la personalidad de la garachiquense Yanet Acosta, periodista y escritora, quien "cocinó" sus cuentos, elaborando ante un público hambriento de nuevas sensaciones algunos platos alusivos de sus microrrelatos.

"No se trata tanto de desvelar o revelar un antiguo recetario, como de incorporar lo gastronómico al acto social", explicaba, de inspirarse a partir de un simple roma.

Lo cierto es que cuando sostenemos un libro en las manos, el primer gesto nos lleva a olerlo: lomo, páginas, palabras... "Se trata de un instinto animal", sostiene Yanet, y si tienes el sentido de la vista, posteriormente "lo miras".

Y se crea así un "maridaje" entre literatura y gastronomía que, en el caso del vino, destacaba la escritora, ha inspirado las obras de muchísimos autores. Esas sugerencias de olor, color y sabor los trasladó al papel en un "Vainilla o madera" o en otro título como "5o palabras".

Y continuado con los sentidos, el oído es fundamental para percibir lo crujiente. "Me gusta cuando el aceite alcanza altas temperaturas y sumergimos en él un pescado", explicaba Yanet, quien sostiene que la literatura "nos acerca a esos momentos inesperados que rompen la facilidad, la belleza o la paz de la cotidianidad".

Y aunque cocinar se asocia al fuego, con toda su carga simbólica, "también se cocina cuando se marina un ceviche, se mezcla una ensalada o se hace un helado", subraya.

Yanet descubre que la sal le recuerda las salinas de Teneguía, La Palma, y esa imagen le inspira una puesta de sol, los labios...

El chocolate supone otro referente familiar, el de las antiguas fábricas de Icod, el olor quemado y de ahí el relato "El batido de chocolate". Y poniendo los huevos sobre la mesa, otro acto simbólico, habla del ego de quien cocina y en ese vaivén llegan las líneas de "Huevo"...