Tengo para mí que han ido creciendo con rapidez, pero camuflados, tres enemigos existenciales: el ruido, el miedo y el derroche del tiempo. Y que el remedio pasa por atender el dictum de Sócrates, "que para un hombre una vida no examinada no merece ser vivida", y por aplicarnos aquello que se leía en el templo de Delfos: "Conócete a ti mismo". En suma, repensar la vida.

El ruido que asfixia el silencio. A mitad del siglo pasado ya denunciaba Ortega y Gasset que "la existencia privada, oculta o solitaria, cerrada al público, al gentío, a los demás, va siendo cada vez más difícil (...). El derecho a cierta dosis de silencio, anulado". Y esta cuestión, que resultaba grave para el genial pensador, no ha hecho sino aumentar vertiginosamente como secuela de las posibilidades ofrecidas por el mundo digital. En consecuencia, acaso se haya olvidado la importancia del silencio interior y convenga rescatar las consideraciones de este filósofo para que ayuden a valorarlo: "En el aislamiento [silencio] se produce de manera automática una criba y discriminación de nuestras ideas, afanes, fervores, y aprendemos los que son de verdad nuestros y los que son anónimos, ambientes, caídos sobre nosotros como la polvareda del camino".

En el momento actual se hace cada vez más necesario un elogio de ese silencio que tanto favorece nuestro crecimiento interior. Sin esta valoración positiva habrá mucha gente que desconozca el enriquecimiento que puede producir el silencio, "herrero trascendente que hace a nuestra persona compacta y la repuja", como sentencia Ortega. Sin él, la existencia se debilita, se vuelve inauténtica, se arrastra una vida vacía y como diseñada por otros.

El miedo a la soledad creciente. Afirma Zygmunt Bauman, premio Príncipe de Asturias de la Comunicación y Humanidades en 2010, en su libro Tiempos Líquidos, que en esta época de incertidumbre "los individuos se tornaron frágiles y vulnerables como nunca", a causa de una pérdida de vínculos sociales que nos ha hecho más solitarios. Con ironía, expone este autor que "las obsesiones por la seguridad han avanzado de la manera más espectacular en los últimos años", pero esto ha conducido a que somos nosotros, "los que hemos sido creados entre mimos y algodones, los que más amenazados, inseguros y atemorizados nos sentimos".

En esa misma obra, en un capítulo sugerente titulado "Separados pero juntos", el sociólogo polaco expone que las ciudades, creadas en su origen para la defensa de los enemigos, se han convertido en la principal fuente de peligro e inseguridad. Cuanto más grande y avanzada sea la ciudad "los amigos, los enemigos y sobre todo los extraños, se mezclan codo con codo en las calles". Y describe cómo "los búnkeres (edificios y complejos fortificados y sometidos a estrecha vigilancia) que buscan la separación de los extraños, manteniéndoles alejados y vetándoles la entrada, están convirtiéndose en uno de los aspectos más visibles de las ciudades contemporáneas". ¿Quién puede negar esta realidad? ¿No habrá que ahondar en cómo va nuestra vida y qué manifestaciones de solidaridad contiene?

El despilfarro de tiempo. Así empieza Séneca sus Cartas a Lucilio: "De tal manera debes obrar, querido Lucilio, que seas dueño de ti mismo, y recoge y conserva el tiempo que acostumbran a arrebatarte, sustraerte, o que dejas perder". En esta cultura de la velocidad y de tener muchísimas cosas viene bien rescatar los consejos del genial cordobés que tanto supo de la vida: "Todas las cosas nos son ajenas, querido Lucilio, solamente es nuestro el tiempo".

Rescatar el grito de Unamuno tomado de Michelet: "Mi yo, que me arrebatan mi yo". Seguir el consejo encerrado en los precioso versos de Antonio Machado: "A distinguir me paro las voces de los ecos / y escucho solamente, entre las voces, una. / Converso con el hombre que va siempre conmigo / -quien habla solo espera hablar a Dios un día-". O sea, repensar la vida.

@ivanciusL