Hoy es su último día. Lala y Roberto se jubilan y tras ellos echa el cierre una de las últimas churrerías tradicionales de Santa Cruz de Tenerife, la churrería del final de la avenida de San Sebastián.

Hasta el último día van a estar arropados por sus clientes, fieles, que vienen cada día a llevarse el preciado manjar. Que entre bromas les alegran la jornada y les recuerdan lo importantes que han sido para la gran historia de la ciudad y las pequeñas historias de los chicharreros. "Hay parejas que se han conocido aquí, mientras hacían cola para comprar churros un día de año nuevo", comenta, con sorna, uno de los clientes, tal vez acordándose de él mismo y su señora.

Roberto Cury entró como aprendiz en la churrería cuando tenía 13 años, en 1957, y, con 72 años ya le toca jubilarse. Frente al aceite hirviendo donde se hacen los churros, se le saltan las lágrimas. Se va a tomar las vacaciones que nunca jamás se ha cogido, pero le apena dejar su oficio y echar el cierre. "Trabajando en Año Nuevo, en todas las fiestas...", recuerda.

Cuenta que con la noticia del cierre, alguno se ha interesado por seguir con el negocio, pero que ninguna de las propuestas ha cuajado, por lo que la churrería artesanal cierra hoy. "A los jóvenes de hoy les dicen que tienen que empezar a trabajar a las cuatro de la mañana los domingos y, qué va, no quieren", resume. Mientras mete sus manos expertas en harina para hacer la masa que es la base de los churros.

Así, un negocio casi centenario, que inició la familia de Manuel Florido (actual propietario) cuando llegaron de Cádiz, en la Recova vieja, echa el cierre. Paradójicamente cuando más trabajo tienen, porque se ha corrido la voz del cierre y nadie quiere quedarse sin comerse los últimos churros. Y ellos, echando el resto, para atender a sus clientes rápido, con la profesionalidad de siempre. "Ahora no puedo fallar hasta el último día", concluye Roberto.

Lala Díaz, en el mostrador, cuenta los churros y los días que les quedan para jubilarse tras 26 años en su puesto. Atiende a los clientes con una sonrisa, como si los madrugones y el trabajo no le pesaran. Los clientes bromean y le dicen que el domingo [por hoy] van a traer a Pepe Benavente y a Caco Senante para despedirlos como Dios manda. Que van a hacer una gran fiesta de cierre.

Hoy la ciudad se queda sin esos churritos redondos, finos, que eran la especialidad de la casa y sin la peculiar voz de Roberto, que ya no deleitará con sus canciones a los que esperan en la cola porque tiene "el alma en pena". Los desayunos chicharreros ya no serán lo mismo sin ellos dos.