La famosa frase de Deng Xiao Ping, que hizo famosa en España Felipe González, es que da igual que el gato sea blanco o el gato sea negro, lo que importa es que cace ratones. O lo que es lo mismo, que la esencia de las cosas no tiene relevancia, sino sus resultados prácticos. Sobre esta base literaria es fácil llegar a decir, por consiguiente, que el fin justifica todos los medios. Aunque el legendario dirigente chino tenía razón, el que una cosa funcione no significa necesariamente que sea legítima o beneficiosa.

El Gobierno de Canarias se ha pegado otro pancazo jurídico con Madrid. El Tribunal Supremo, sin entrar en el fondo del asunto, ha desestimado su petición de suspender cautelarmente la venta del 49% de AENA, la empresa que gestiona los aeropuertos nacionales. Por la sencilla razón de que no se puede evitar que ocurra algo que ya ocurrió. La ofensiva canaria llegó tarde y equivocada a un sistema judicial mastodónticamente lento.

Los aeropuertos canarios ingresaron el año pasado más de 377 millones. Los resultados, descontados los gastos de explotación y las amortizaciones de obras, fueron cercanos a los 200 millones de euros. Estamos hablando de un buen negocio. Los tres aeropuertos que pierden dinero son los de La Gomera, El Hierro y La Palma, este último por el pago de los plazos de la monumental, faraónica e innecesaria terminal de pasajeros.

Que AENA esté en manos privadas no es malo por sí mismo. La gestión pública de la empresa ha terminado con más de diez mil millones de agujero, así que es difícil hacerlo peor. El problema es que en las transiciones hacia la rentabilidad los peces grandes se comen a los chicos. Cuando en España se decidió acabar con el monopolio de tabacos, que estaba en manos de una empresa del Estado, a Canarias se la consideró un peligroso "verso suelto". Los industriales de las islas no dependían del Estado y competían en el mercado peninsular contra la empresa pública con bastante éxito. Cuando Tabacalera se convirtió en una empresa privada, en 1998, pasó a llamarse Altadis. Luego se fusionó con la francesa Seita y en 2008 acabaron vendiéndose a la británica Imperial Tobacco. Un buen negocio. Esa es la gran historia. En la cuneta del olvido quedó que por el camino de pública a privada se exterminó a las empresas radicadas en las Islas Canarias, tanto a los industriales locales como a las multinacionales asentadas aquí.

Los intereses de Madrid siempre pesan más que los de provincias. Y si son de ultramar, peor me lo pones. AENA tiene ahora consejeros del Gobierno y de los empresarios privados. Ninguno representa los intereses de Canarias. Hasta hoy a los aeropuertos canarios se les ha cortado las alas para que no capturen tráficos internacionales que pudieran perjudicar a Barajas. Desde criterios de pura rentabilidad, la nueva AENA del futuro puede tomar decisiones que nada tengan que ver con las estrategias de desarrollo de algunas de nuestras islas. Que estemos preocupados por ese futuro es una muestra de cordura. El gato puede cazar ratones, pero se los van a comer lejos de aquí.