Una de las corrientes de pensamiento más fecunda de nuestro país es la de los regeneracionistas. Fue un movimiento intelectual que se planteó, a finales del siglo XIX, las causas de la decadencia de una España que pasó de ser un imperio a una especie de estado fracasado. "Escuela, despensa y doble llave a la tumba del Cid" decía Joaquín Costa, uno de los mejores exponentes del regeneracionismo español. Y es verdad que a este país le hacía falta más educación, una redistribución más justa de la riqueza y un doble cerrojo del nacionalismo español, esa nostalgia imperial y castellana que vive de las glorias pasadas y se niega tenazmente a cualquier cambio de "las esencias".

Lo que la generación del 98 hizo en el terreno de la cultura (Unamuno, Valle Inclán, Benavente, Pío Baroja, los Machado...) lo hicieron los regeneracionistas en la política. Eran patriotas que deseaban transformar un país casposo, decadente, que había perdido el tren de los cambios de la revolucíón francesa, prolongando un absolutismo difunto en el resto de Europa. En cierta forma, la herencia de Costa dejó un par de buenos titulares para los salvadores de la patria que algunas décadas más tarde dieron un golpe de estado contra la República sobre la base de que hacía falta un "cirujano de hierro", un líder fuerte que acabara con la corrupción nacional y llevara al país por el buen camino. ¿No les suena de nada? Luego vinieron el golpe, la guerra, la sangre, las cunetas, los fusilamientos, las cartillas de racionamiento, los coros y danzas, los discursos de la plaza de Oriente, el No-Do con la maldita paloma gris, el Movimiento, la familia, la patria y cuarenta años de paz.

Los regeneracionistas utilizaban términos médicos para referirse a una España enferma, una política podrida y una gangrena social que corroía el país. No hay nada nuevo bajo el sol. Si uno escucha hoy a la gente se puede comprobar que su lenguaje es la onomatopeya de aquel otro que cumple más de dos siglos de antigüedad. Pero el análisis ya no pertenece en exclusiva a los intelectuales sino que se ha transformado en un patrimonio democrático de toda la sociedad. Los intelectuales han sido eficazmente sustituídos por el prime time, que es muchísimo más divertido y mejor negocio.

Los partidos políticos tampoco necesitan grandes pensadores, sino gestores. Las candidaturas a las elecciones se llenan de gente capaz de gestionar áreas y servicios. Y se habla de la política como un oficio. En otros tiempos las tareas ejecutivas y de gestión la hacían los funcionarios públicos y la política era el pensamiento que llevaba a la acción. La ideología era una manera de imaginarse el mundo que se quería construir. Pero eso era antes. Ahora las ideologías ya no importan. Da igual que seas de derechas o de izquierdas. Por eso cualquier puede pactar con cualquiera. No se trata de transformar el mundo, sino de gobernarlo.

El majapapas de Lenin consideraba que el Estado era un instrumento de dominación de las clases obreras. ¡Lo que hubiera dado ese hombre por conocer la televisión! La mayor frustración de nuestros días es que en la agonía del pensamiento, las grandes masas sólo compran demagogia. Los aparatos de los partidos han sido conquistados por los expertos en marketing electoral y mercadotecnia política. Ya no existe la reflexión ideológica, sino la estrategia mediática. Puedes hacer lo que quieras, a condición de que hagas una buena campaña de comunicación para venderlo. La política está en una estantería, junto a la leche en polvo. Y en la televisión, directamente al lado del polvo.