Su trabajo se desarrolla muchas veces en alta mar, de noche y en condiciones de viento muy adversas. Pero en su experiencia diaria no caben excusas evasivas. Son los equipos del helicóptero de Salvamento Marítimo con base en el aeropuerto Tenerife Sur. Cada jornada hay entrenamientos en diferentes circunstancias, que son esenciales para poder rescatar a cualquier víctima que esté en el océano o dentro de una embarcación en apuros. Cada grupo trabaja 12 horas seguidas y está integrado por cuatro personas: dos pilotos de la aeronave, un operador de grúa y un rescatador. Más allá de las cualidades individuales, su principal virtud es la capacidad de comunicación para que cada actuación se haga con la mayor eficacia posible.

El pasado lunes, EL DÍA asistió a un ejercicio frente a la costa de Adeje. El equipo lo integran los pilotos Ricardo García de Carellán y Pier Mattia Lisandrelli, así como Ernesto Delgado "Tito" (operador de grúa) y el rescatador José Ramón Expósito. El helicóptero es un Agusta Westland 139, cuya maniobrabilidad y operatividad son cualidades destacadas por la tripulación. Cada día empieza con una reunión para planificar la jornada y decidir qué prácticas se harán, así como el cometido individual de cada uno. La sesión está dirigida por García de Carellán, que comenta que el entrenamiento siempre se hace en horario nocturno, donde cualquier rescate se complica por la falta de visibilidad.

Cada práctica conlleva, de media, dos horas de vuelo. Un factor clave de su trabajo es la autonomía de vuelo del helicóptero, la distancia a la que estén las personas a rescatar y el tiempo estimado para efectuar el servicio. García de Carellán comenta que el alcance máximo de la aeronave es de 200 millas (320 kilómetros). Es decir, 200 millas de ida, rescate y vuelta. A partir de ahí, las actuaciones se encargan al Servicio Aéreo de Rescate (SAR) del Ejército del Aire, con capacidad para intervenir a 350 millas (560 kilómetros).

Este piloto aclara que el mayor consumo de combustible se produce durante el tiempo en que se tarda en llegar e izar a las víctimas.

El objetivo siempre es el rescate, pero sin acciones temerarias que pongan en riesgo la vida del rescatador y del resto del equipo. De hecho, si el rescatador determina que resulta inviable la intervención, sencillamente se aborta. A veces, dicho profesional, equipado con radiobaliza y GPS, puede permanecer en el punto del suceso, en el agua o un acantilado, por ejemplo, hasta que la aeronave traslade a lugar seguro a los afectados y regrese a por él. Para eso va equipado con un traje con tres capas de protección para evitar que sufra hipotermia. La mayoría de los servicios de los equipos de Tenerife Sur son las evacuaciones de heridos o enfermos de mercantes o cruceros. En este último caso, muchos usuarios son mayores de 60 años que sufren diversas patologías en los viajes. También intervienen con tripulantes de barcos deportivos, veleros a la deriva o embarcaciones a remo que intentan cruzar el Atlántico, así como windsurfistas, kitesurfistas o buceadores. Además, afrontan rescates en acantilados de noche, lucha contra la contaminación y búsqueda de personas perdidas en el mar.

En el primer ejercicio del lunes, Expósito se descolgó directamente sobre un "pesquero" (la Salvamar Alpheratz) para rescatar a un tripulante con una lesión. Los pilotos mantuvieron la misma velocidad del barco para que el rescatador entrara en él. En el segundo, Expósito se descolgó desde la aeronave al mar, nadó 20 metros y entró al "barco a la deriva" desde uno de sus flancos. Y el tercero consistió en el rescate de un hombre en el agua.

La comunicación entre pilotos, rescatador y el operador de grúa resulta clave cada pocos segundos. Como muchas veces los pilotos no ven al rescatador o a la víctima, es el operador de grúa quien les indica a los pilotos cómo y dónde deben colocar la aeronave.

El Agusta Westland 139 posee un dispositivo, el "MOT", por el que, de forma automática (sin intervenir los pilotos), tiene capacidad para girar, aproximarse y colocarse a escasos metros del barco o la persona a rescatar. Una de las peores experiencias del equipo ocurrió a 50 millas al oeste de La Palma, cuando un tripulante de un pesquero luso sufrió un ictus. El hecho de que los pesqueros lleven muchos aparejos conlleva un peligro añadido para los helicópteros, ya que el cable de acero del rescatador se puede enganchar. En ese caso, la falta de entendimiento con los pescadores complicó la intervención. Otro servicio complejo fue el de los 4 alemanes a los que se les rompió el mástil de su velero a 150 millas al norte de La Palma. O un barco que encalló en San Miguel y que las olas la hacían oscilar 90 grados, con el riesgo de que su mástil golpeara al helicóptero en cada movimiento. Se rescató a dos mayores que apenas caminaban por un pequeño agujero.