Afirman los que más saben de esto que la cultura de un pueblo se mide por el grosor del polvo de sus bibliotecas. Es evidente que en las islas no abundan mucho estos centros limpios como la patena, pese a que la tradición nos induzca a hablar de ello, al menos una vez al año. Imagino que cada uno debe conservar alguna vivencia relacionada con ese descubrimiento mágico de aprender a reunir las palabras en una oración, para poder asimilarlas luego en el ámbito de un libro o de un cuaderno, porque la lectura es para la mente como el ejercicio lo es al cuerpo.

Personalmente, descubrí la lectura, y el filón de su materia, en la desaparecida librería Baudet -hoy librería del Cabildo-, cercana a mi domicilio. Allí contemplé con ojos ávidos las estanterías perfectamente ordenadas con todos los colorines de la semana, junto a los numerosos cuentos que exponían metáforas sencillas para el aprendizaje de la vida. Allí forjé, con la ayuda de mis padres, mi primera y más simple biblioteca, confinada en un cajón debajo de la cama y en riguroso orden numérico si eran de aventuras por entregas. De esta forma, como todos los niños de entonces, rendí veneración a El Cachorro y al Capitán Trueno; dejando atrás al Espadachín Enmascarado, al Guerrero del Antifaz o al futurista Flash Gordon. Tampoco hice ascos, con anterioridad, a los personajes de Walt Disney, aunque estas publicaciones eran más costosas por su impresión interior en color. Superada esta etapa, pese a los tiempos de austeridad de la posguerra, me decanté por los clásicos de la colección Pulga, para más tarde caer en el exceso de las novelas de M. L. Estefanía y su salvaje Oeste, hasta llegar a un más depurado Zane Grey. La evolución posterior ya no la cito, porque cada uno conserva su propio eclecticismo en gustos o aptitudes de asimilación, en función del grado de formación personal, que nos hace rechazar una determinada publicación por burda o tendenciosa; lo mismo que un audiovisual parido por esos canales que prefieren, por incuestionables razones económicas, cantidad antes que calidad.

Resulta inevitable aludir al retroceso del hábito lector -práctica bastante irregular en las escuelas- que ahora se inclina por la informática y sus artilugios. Sin embargo y con diferencia, un libro es el motor del desarrollo de la imaginación; tanto que su manipulación política puede alterar el pensamiento individual, hasta el punto de censurar a otros que no sean portadores del dogma perseguido; léase la doctrina de Mao Tse Tung y su Libro Rojo, que consideraba peligroso que se leyeran otros libros ajenos, o la peligrosa interpretación del Corán por el actual yihadismo terrorista. Conservemos, pues, lo prístino y hagamos como dijo Groucho Marx que "fuera del perro, un libro es probablemente el mejor amigo del hombre, porque dentro del perro probablemente se está demasiado oscuro para leer". Buen día y mejor lectura.

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