Su rostro lo hemos visto cambiar a lo largo de casi un centenar de películas, su voz retumbó con fuerza en una veintena de propuestas teatrales como la que hoy, a partir de las 21:00 horas, protagonizará en el teatro Leal de La Laguna con la puesta en escena de la obra "Caminando con Antonio Machado", y cuando alcanzó la madurez que Nietzsche comparó con el camino de vuelta que experimenta el hombre para encontrar la seriedad con la que jugaba cuando era niño, se "divierte" con encargos tan golosos como "Velvet" (Antena 3 TV). José Sacristán (1937) cree que "no hay un medio más puro que otros; hay obras o proyectos que son más interesantes que otros", contesta sobre sus preferencias interpretativas.

¿Cuál es su sinopsis de la obra que muestra Aguere?

Es una dramaturgia que se ha ido haciendo sobre la marcha; un proyecto que estuvo un año en Argentina y que armamos a partir de lo último que escribió don Antonio Machado y que fue encontrado por su hermano José al día siguiente de su muerte en un bolsillo de su gabardina. Un texto que decía: "Estos días azules, y este sol de la infancia". Presumiendo de lo que el poeta nos quiso decir planteamos un viaje de regreso desde Colliure a Sevilla, un viaje de regreso o de resurrección, en el que mostramos al público algunas pinceladas del Machado más intimo y político.

¿Intimida o emociona meterse en la "piel" de Machado?

Fundamentalmente emociona, pero también es algo terapéutico. Volver a Machado es volver a la fuente, pero no solo al corazón del poeta sino al gran referente ético que fue Antonio Machado: el cronista de un tiempo que contó lo que oía y veía con una voz que hoy sigue sonando con fuerza.

Hablar de ética en un periodo donde la moral parece estar cogida con alfileres resulta algo extraño, ¿no?

Lo mío con "Caminado con Antonio Machado" no es casual porque también hice "El loco de los balcones" (2014) y "Yo soy Don Quijote de la Mancha" (2012)... A Cervantes también le gustaba poner las cosas en su sitio, pero está claro que en la actualidad no mejoramos esos principios éticos.

¿Da la sensación de que hay que volver al teatro para recibir esas clases de moral?

Ese es un lugar de privilegio para hacerlo, pero confío en que seamos capaces de recuperar algo de dignidad. Tengo la impresión de que algo se está moviendo en este tablero de ajedrez, pero también debemos pensar en la responsabilidad que tenemos nosotros como ciudadanos porque gente como Machado o Cervantes no vino en naves espaciales.

¿Un actor con su recorrido valora la pureza que algunos intérpretes le atribuyen al teatro?

No hay un medio más puro que otros, hay obras o proyectos que son más interesantes que otros... Pero el teatro por sí solo no es más puro que el cine o la televisión.

Pero a José Sacristán se le ve muy cómodo en un escenario.

Yo me siento cómodo en cualquier medio; estoy tan a gusto delante del público como delante de una cámara. Me da exactamente igual que el reto que me propongan sea en un plató de rodaje o en un teatro.

Además de la ganas y la ilusión por seguir interpretando, ¿qué busca un actor de su experiencia a la hora de aceptar un encargo?

Esto requiere de una respuesta machariana que tiene que ver con eso de "Caminante no hay camino, se hace camino al andar...". ¿Qué se busca? Pues se busca a uno mismo. Mientras me siga divirtiendo y pueda elegir el trabajo que hago procuraré no perder de vista al crío que fui: que el público que venga al teatro se crea que soy el que no soy y que les pase algo durante la función; que se emocione, que ría o que incluso llore.

¿Cómo percibe un maestro como usted las ambiciones que exhiben algunos recién llegados de querer hacer una carrera en dos días?

Ese no es un problema que afecta solo al artista. Lo que ocurre es que la fuente de contratación, que básicamente es la televisión, se mueve a una velocidad alta... En el peor de los casos, cada día te pueden ver dos millones de personas y eso es un caramelo difícil de gestionar. Estoy convencido de que no está en la voluntad de los que empiezan, o en algunos de ellos, construir una carrera artística en dos días. Esa velocidad viene marcada por los tiempos que impone quien realiza una propuesta.

¿Y usted se ha tenido que reinventar muchas veces para seguir "enganchado" a su faceta artística?

No necesariamente; yo he tenido la suerte de que cuando la oferta cinematográfica no era del todo interesante me entretuve con obras como "El hombre de La Mancha", "La muerte de un viajante" o "My Fair Lady", "Danza macabra" o "Un picasso". Siempre he tenido la oportunidad de transitar por distintos escenarios pero, además, en la actualidad me están haciendo ofertas interesantes en el cine con directores jóvenes que llaman mi atención tanto como el teatro. Esto es como el principio de los tiempos porque en este oficio todo va y viene permanentemente.

Sus raíces interpretativas se remontan a los años 60, es decir, que estamos hablando de unas ramificaciones largas y sólidas.

Las conocidas andan por esos años, pero antes empecé como aficionado en los 50. Sí. Parece que esas raíces son más bien sólidas...

Hace dos años algunos quisieron ver una resurrección artística, que no era tal, cuando lo premiaron con la Concha de Plata y un Goya por su interpretación en "El muerto de ser feliz"... ¿Usted nunca se fue del todo?

Pobre de mí si pensara que todo lo que soy como actor está en función de la repercusión mediática que pueda tener uno de los proyectos en los que participo... "El hombre de La Mancha" es una de las cosas que he hecho de las que más orgulloso me siento, y en el mejor de los casos me iban a ver mil personas diarias, es decir, nada que ver con los más de cuatro millones de espectadores que veían a José Sacristán en "Velvet". Hace tiempo que tengo la fortuna de elegir un trabajo; si algo no me gusta prefiero quedarme en casa. Otra cosa completamente distinta sería que yo no hubiera podido elegir y, por lo tanto, tuviera que vivir pendiente de que sonara el teléfono, pero no es el caso... Hay que tener mucho cuidado con la importancia que se les da a algunos acontecimientos como pueden ser los goyas porque a veces da la impresión de que el mundo no existe si no te da uno de esos. Todo eso es tan fugaz y voluble que no le puede restar importancia a lo que has hecho. Hay algo que aprendí de mi gran amigo Fernando Fernán Gómez, y volvemos a Machado, es que el camino se hace al andar. Lo crucial es saber valorar lo que aprendes con cada paso que das.

Acaba de nombrar a Fernán Gómez, ¿tiene la impresión de que se ha convertido en un artista igual de icónico que él o Fernando Rey?

En este oficio se aventura y se investiga uno cada día. Esto es como un salto al vacío. Sobre todo, cuando hay un personaje que vale la pena. No, no, no... Lo más apasionante que tiene esta profesión, insisto, es el juego de no perder de vista al crío que fui: el artista que se proponga jugar con el público siempre debe tener abierta la capacidad para sorprender. ¡Pobre de aquel que cree que ya lo ha conseguido todo!

¿Cuántas crisis envuelven al teatro?

La palabra crisis siempre ha estado relacionada con el teatro, lo que ocurre es que ahora existen otras circunstancias adversas que se suman a las anteriores. La presión tan terrible que ejercen unos medios que antes no existían, y no hablo de la televisión sino de los móviles, tablets, internet y el copón bendito... Lo que existe hacia los creadores no es falta de sensibilidad, sino un desprecio absoluto y repulsivo. Con este IVA no salen los números ni "pa" Dios.

¿España está descuidando en exceso la cultura?

Sí. Aquí nació un tal Lope Vega, uno que se llamaba Calderón de la Barca y un señor que se llamaba Tirso de Molina, pero ya me gustaría a mí que en España se le tuviera el respeto que le tienen a los grandes nombres de la cultura en Argentina, Estados Unidos, Francia o el Reino Unido.

¿No siente que al gremio al que pertenece se le está tratando con respeto?

Yo no me puedo quejar... Entre lo que yo pensaba que esto podía dar de sí y lo que ha dado de sí ya han pasado 60 años. Sería un miserable si me quejara por cómo me ha tratado una profesión por la que sigo teniendo un respeto absoluto. Eso sí, tampoco soy tan imbécil como para aplaudir el maltrato que algunos le dan a la cultura.