Mi amiga Josefina Segovia, compañera durante años y años en tareas de educación y enseñanza, ha estado estos días en Garachico y, después de los saludos de rigor, de las sonrisas, los abrazos y palmaditas en la espalda, se ha decidido a preguntar mi opinión sobre un asunto gramatical que la tiene desorientada -por no decir enfadadísima- porque, según dice, no está dispuesta a dejar pasar carretas y carretones en el lenguaje.

-¿Me quieres aclarar a santo de qué nos ha llegado ahora esa horrible moda de decir detrás mío o detrás mía? Contéstame, por favor.

-Pues se debe, Fina, como tú has dicho muy bien, a una moda. Y las modas -también lo sabes- arrasan que es un primor, sean lógicas o ilógicas, acertadas o desacertadas, elegantes o barriobajeras...

-Es que antes se lo oíamos decir a los peninsulares que venían de Toledo, Castellón, Málaga, Tarragona... Pero es que ahora lo dicen también en Los Cristianos, Puerto de la Cruz, Güímar... Y hasta en Garachico lo he oído estos días.

Pero hay algo más, amigos. Y más preocupante. Parece ser que la moda viene desde Bolivia, Perú, Chile, Ecuador..., donde, según me ha dicho la propia Fina, los posesivos mío y mía suelen colocarse, no solo detrás del adverbio, sino delante. Y convertirse, incluso, en un nombre sustantivo. O sea, que se puede decir, por ejemplo, "Se colocó en mi detrás", lo que parece el colmo del disparate, aunque haya quien encuentre la situación como divertida.

Ocurren también cosas raras con el adverbio atrás, que no siempre coincide con el también adverbio detrás porque son palabras que se emplean en diferentes ejemplos, sin que ello signifique que da lo mismo "leche que caldo de teta". Nadie dice "vamos a atrás de Juan", sino "vamos detrás de Juan". Por si no fuera bastante, también hemos leído que en ciertos lugares de la llamada América hispana tal adverbio de lugar se emplea como diminutivo. En un libro que leí recientemente, aunque ya he olvidado su título, pude encontrarme con esta perla: "más atrasito venía otra carreta". Me parece, ahora que lo pienso, que lo leí como ejemplo negativo en un diccionario.

-Lo malo sería que, en cualquier momento, la moda, por ahora sudamericana, se atreviera a llegarnos a las Islas -me apunta Fina.

-Pareces muy pesimista, amiga mía. Ya sabes que eso de detrás mío se ha convertido en ley. Pero no podemos desanimarnos. Habrá que luchar cada día. Es nuestra obligación defender el lenguaje de tantos "ataques piráticos"

-¿Y qué me dices de la voz podiatra, empleada para designar al médico que cuida de nuestros pies? Por lo que se ve, no basta con podólogo. Ni siquiera con pedicuro.

-Pero la verdad es que eso de emplear la palabra pedicuro parece, por lo menos, un detalle poco elegante. Sería preferible emplear esa nueva voz de podiatra, aunque parezca un invento absolutamente fuera de lugar. Y es que no siempre llueve a gusto de todos.

Les he contado, tal vez un tanto superficialmente, lo que he hablado con Fina. Pero no sé la opinión de ustedes. Y me gustaría conocerla para que no nos quedemos solos ella y yo en estos momentos un tanto preocupantes.

La verdad es que tanto en el Panhispánico de dudas como en el diccionario del académico don Manuel Seco se ocupan del tema y lo hacen de forma muy parecida a la nuestra, lo que nos llena de satisfacción. Lo malo es que no todo el mundo consulta los mencionados diccionarios; prefieren la voz de la calle, a la que consideran más enriquecedora. En algunos casos, puede que tengan razón porque la Academia, por ejemplo, suele irse, algunas veces, por los cerros de Úbeda. O será que me lo parece.