Cualquier persona con alguna sensibilidad sabe que existen artistas que son capaces de emocionar. Es imposible quedarse impasible delante de algunas obras de arte. Cada uno tiene su punto sensible, su estilo y su artista preferido, aunque algunos todavía no lo sepan. En algún punto del camino, todos encontramos aquel artista que remueve nuestras entrañas cada vez que nos adentramos en su mundo. Para mí, es Van Gogh. No puedo dejar de quedarme extasiada cada vez que miro una obra suya. He tenido lágrimas en los ojos de alegría cuando pude ver de cerca algunas de sus obras y también lágrimas de tristeza cuando, en el Metropolitan de Nueva York, me han dicho que la sala donde se encontraba "La noche estrellada" estaba cerrada a visitaciones.

En la moda no es diferente. Existen colecciones y diseñadores que me han llegado a quitar la respiración. Alexander McQueen lo ha hecho unas cuantas veces. Su última, y no terminada, colección, me sigue emocionando. También Balenciaga es, para mí, un gran maestro de las emociones. Un artista cuyas obras deben ser observadas con extremado cuidado y, me atrevería a decirlo, alguna devoción. Visitar el Museo Balenciaga y ver de cerca algunas de sus piezas míticas es una experiencia reveladora. La construcción de sus prendas obedece a un padrón artístico y escultural que no deja indiferente a nadie, mismo a los que no les gusta la moda.

Ahora mismo me encuentro en Brasil y existe aquí un diseñador que me emociona a la altura de McQueen o Balenciaga. Su nombre: Ronaldo Fraga. Nacido fuera del circuito Río-São Paulo, principales ciudades del país, Ronaldo Fraga poco a poco fue encontrando su lugar en la moda, así como su ciudad, la capital del estado de Minas Gerais, Belo Horizonte, también encontró su espacio en la industria textil brasileña. Graduado en diseño de moda por la Universidad Federal de Minas Gerais, cursó la Parson''s School de Nueva York, gracias a la beca que recibió como premio del concurso de moda de la empresa Textil Santista, del que salió vencedor. Su historia, además de muchas cosas, demuestra la importancia de los concursos de jóvenes diseñadores, así como de los premios que se dan en ellos. Después de Nueva York, se fue a Londres hacer un curso de sombreros en la Central Saint Martins y, algunos concursos y premios más lo llevaron hasta la São Paulo Fashion Week, donde presenta sus dos colecciones anuales desde 2001.

Figura interesantísima, y fácilmente reconocible con sus grandes gafas de pasta y su "daliniano" bigote, su manera única de ver el mundo transciende su propia imagen y se refleja en todo lo que hace y crea. El diseñador nos regala, a cada colección, un maravilloso viaje que nos abre las puertas a la cultura más profunda de Brasil y sus gentes. La poesía invade el arte de Fraga y explota en colores y formas que envuelven el cuerpo femenino, respetando sus formas y deseos. Sus colecciones cuentan historias y no porque ahora sea moderno contar historias. Él siempre lo ha hecho así. Detrás de cada punto existe un mundo, detrás de cada prenda, un artesano, una tradición vestida de modernidad que queremos llevar a casa y cuidar con cariño. El alma del slow fashion habita su trabajo desde siempre.

La búsqueda por materiales sostenibles y el trabajo de rescate de tradiciones, a través la creación de asociaciones de artesanos, así como el comercio justo, han estado siempre por detrás del trabajo del diseñador. El respeto y el amor trasbordan en sus vestidos, faldas y blusas, transformados en bordados, estampas y tramas. Su más reciente colección, que presentó hace unos días aquí en la Semana de Moda de São Paulo, una vez más despertó la admiración de público y crítica. "La furia de la sirena" es el nombre de la colección que llevó a la pasarela el mundo marino, los mitos y leyendas que giran a su alrededor dentro del imaginario brasileño. En el escenario estaban mujeres de todas las edades, con senos desnudos y colas de sirena, recostadas en un gran océano de neumáticos usados. Representando a Yemanjá, deidad femenina relacionada con la energía de las aguas saladas, las mujeres llevaban un espejo en las manos, pero no se miraban ellas mismas, como se suele representar a la deidad. Los espejos iban girados hacia los espectadores, para que cada uno tuviera la oportunidad de verse reflejado en ellos. Crítica contra el abuso y el maltrato a nuestros mares, crítica contra la excesiva presión sobre las mujeres en nuestra sociedad, donde envejecer parece ser el peor de los crímenes y no se admite nada menos que la perfección.

La colección presenta, materiales tan inusitados como hilos biodegradables y escamas de pescado, en varios tamaños, aplicadas en vestidos vaporosos y también trasformadas en maravillosas joyas. Tramas que nos remiten a las redes de pesca y estampas exclusivas se mezclan creando vestidos y conjuntos de una belleza exquisita, de una sencillez poética. En su trabajo, todo tiene una razón de ser, todo tiene sentido y, quizás por ello, emociona.