No hay nada mejor que imitar las cosas que funcionan. Ahí está Albert Rivera, que está organizando Ciudadanos como una especie de McDonald''s, un sistema de franquicias donde se vende el mismo producto pero elaborado según los estándares y principios de la organización central. Quienes quieran presentarse por Ciudadanos deben firmar una carta de compromiso que, entre otras cosas, recoge la imposibilidad de pronunciarse públicamente con opiniones discrepantes con las del aparato central. Además, Madrid mandará representantes para negociar cualquier tipo de pacto que se produzca en el ámbito autonómico y controlará previamente los acuerdos a que se llegue en municipios. Los cargos públicos pagarán un 10% de sus sueldos al partido y una empresa, H4DM, una consultora, está encargada de rastrear en el pasado de los nuevos miembros de Ciudadanos para encontrar trapos sucios.

Este tipo de centralismo democrático es una malformación congénita incompatible con una larga vida política, pero necesario si quieres dirigirlo todo al principio. También el control centralizado de Podemos ha empezado a reventar costuras en varios rincones del Estado. En el País Vasco y en plena precampaña electoral, Iratxe Osinaga anunció su baja de la ejecutiva del partido por la indefinición del equipo de Pablo Iglesias en el tema del independentismo. Algunas listas han sido "expurgadas" por el aparato central del partido, empeñado en controlar la cosas con un discurso de seda que envuelve un puño de hierro. Y a Rosa Díez, en UPyD, le están creciendo los hongos de una profunda escisión entre cuadros tan significados del partido como Sosa Wagner, que la ha mandado cariñosamente a freír puñetas.

Apenas acaban de llegar y ya empiezan a sufrir las profundas grietas de cualquier acción que implique a un colectivo de seres humanos. Viendo y escuchando a algunos candidatos y candidatas de estos nuevos partidos, es normal que Pablo Iglesias o Albert Rivera quieran controlar absolutamente todo lo que pasa. Lo que ocurre es que no podrán.

Ni Podemos ni Ciudadanos quieren desgastar sus expectativas para las elecciones generales en esta primera exposición local. Quieren aprovechar el primer disparo, el momento único de unas generales que quedan muy lejos. Nadie está demasiado seguro de que el desencanto de los ciudadanos con los dos grandes partidos nacionales vaya a durar para siempre. En cuanto a los políticos de estos nuevos partidos se les empiecen a notar los mismos defectos y vicios que a sus congéneres, se perderá la magia y la expectativa se convertirá en realidad. Por eso a ninguno de los aparatos centrales de las dos fuerzas políticas les interesa gobernar en pactos con nadie. Quieren mantenerse cuidadosamente al margen hasta que lleguen las elecciones generales españolas en noviembre.

Pero el hombre propone y el demonio dispone. Va a ser muy difícil mantener a tantas cabras en el corral. Dudo mucho que este nuevo centralismo pueda impedir que algunos de sus candidatos acepten pactos de gobierno en el ámbito local. Veremos qué pasa tras las elecciones del 24 de mayo, pero ese férreo centralismo que quiere evitar los pactos a toda costa, para mantener intacta su virginidad de gobierno y su discurso de cambio, tiene el mismo futuro del que quiere almacenar el agua en las manos.