¡Cuánto tardamos los tinerfeños en rendirles homenaje a nuestros paisanos que lo merecen! Da la impresión de que nos cuesta reconocer las cualidades que los han hecho acreedores a esos reconocimientos, y no debería ser así. Cuando alguien dedica años de su vida al bien de su pueblo y ostenta un puesto político que le permite realizarlo; cuando la naturaleza lo ha dotado de unas facultades artísticas que le capacitan para transformar en arte las palabras, los colores, las notas musicales, la piedra o la madera; cuando su visión del futuro lo lleva a imaginar los necesarios cambios en la infraestructura de su país para que este pueda enfrentarse a las exigencias de los tiempos venideros, etc., las personas en cuestión no deben ser relegadas al olvido como si fuesen objetos de "usar y tirar".

Es de bien nacido ser agradecido, eso dice el dicho popular, y yo creo que todos nacemos con ese marchamo en la mente, si bien las vicisitudes de la vida poco a poco lo van borrando hasta hacernos personas indiferentes, totalmente ajenas a lo que nuestros antepasados nos han legado. Es algo que tenemos que aceptar con resignación porque la vida actual, que tanto nos exige para poder superar el día a día, nos aísla del exterior, permitiendo que salgamos de nuestro caparazón solo cuando algún acto lúdico o deportivo nos llama la atención.

Afortunadamente, aunque no con frecuencia, surge alguien que sí recuerda a quién o lo que no debe olvidarse, y eso es lo que ha hecho en esta ocasión la Tertulia Amigos del 25 de julio, que presidida en la actualidad por José Manuel Ledesma llevó a cabo el pasado 11 de abril un sentido homenaje a don Santiago Sabina Corona, tinerfeño de pro cuyo tesón trajo consigo la creación de la Orquesta de Cámara de Tenerife. Sería imposible imaginar si el maestro Sabina pensó alguna vez que la semilla por él plantada se convertiría con el tiempo en la Orquesta Sinfónica de Tenerife, nuestra entrañable OST. Él, que cuando emprendió esa tarea había paseado por medio mundo su sapiencia musical, tuvo que percatarse que la sociedad que le tocó vivir -soportó dos guerras mundiales y la civil española- no podía ser muy proclive a la creación de orquestas, pero él insistió tanto en ello -como suele decirse "movió cielos y tierra"- que unos meses después de su regreso a Tenerife, el 16 de noviembre de 1935, contando con 43 años, la OCC ofreció su primer concierto en el teatro Guimerá, su segunda casa.

Tuve la suerte de conocer a su hijo Santiago a lo largo de muchos años y hasta su fallecimiento, y me resulta penoso no recordar muchas de las anécdotas que me contaba de las peripecias que tuvo que soportar su padre para concienciar a la sociedad tinerfeña de que una orquesta, una buena orquesta, es indispensable para cualquier ciudad que merezca ser llamada así. Lo han entendido nuestros políticos, que en nuestro caso deben sentirse plenamente satisfechos al ver la asistencia de público a los conciertos que ofrece la OST; especialmente al concierto navideño que cada año promueve la Autoridad Portuaria en el puerto de Santa Cruz.

Ya tenía el maestro Sabina una calle dedicada a su nombre en el barrio del Perú, pero el busto que hace unos días se descubrió en el vestíbulo del teatro Guimerá hará su memoria, ahora sí, imperecedera. Los miles de escolares que acuden al teatro para desarrollar diversas actividades preguntarán a sus profesores "seño, ¿quién es el del busto?". La respuesta "fue el músico que orquestó los Cantos Canarios" bastará para recordarlo.