Admito que hace algunas décadas, cuando empezamos a oír hablar de globalización, yo no entendía cómo es que habían voces que se levantaban contra un mundo globalizado. Para mí, la globalización significaba un mundo más unido. Admito mi inocencia. La globalización, como todo, tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Y el ser humano, a grande escala, tiene el poder de fijarse en las malas, no nos engañemos. Pero, como además de inocente, soy optimista, también creo que, a pequeña escala, este "encogimiento" del mundo es la oportunidad para que vayamos poco a poco, cambiando las cosas de una manera más profunda, más trascendental. Ahora entiendo que, como todo que es profundo, ese cambio necesita mucho tiempo. Así, yo que creía que podríamos compartir nuestra riqueza, desarrollar nuestra cultura y apreciar nuestra diversidad en un mundo "más pequeño", he visto como, una vez más, los fuertes se enriquecen, el poder prevalece y los menos favorecidos son explotados y expoliados una y otra vez. Ahora a escala mundial, en un click de ratón.

Vivir en un mundo pequeño también tiene ventajas. Ahora mismo estoy sentada delante de un ordenador a más de 6000km de donde ese periódico fue impreso para llegar hasta sus manos. Tenemos acceso rápido a muchísimas cosas que antes tardaban meses en llegar a su destino, o simplemente no acontecían. Sigo creyendo firmemente en mi teoría de que las cosas no son buenas o malas hasta que nosotros interactuamos con ellas. El acceso a la información nos abre puertas y ventanas a cualquier lugar del mundo, en segundos. El conocimiento está ahí mismo, al alcance de nuestras manos y no podemos dejar de ser críticos, de pensar, de interactuar con él. Ahora tenemos más herramientas que en ningún otro momento de la historia de la humanidad y debemos usarlas bien.

La industria textil fue quizás una de las que más se ha trasformado en las últimas décadas. Nunca tuvimos una oferta tan variada, para todos los gustos y para todos los bolsillos y una producción a tan larga escala con precios tan bajos. El diseñador belga Bruno Pieters, en un reciente artículo para la revista digital BOF - Business of Fashion, comenta que la tragedia del Rana Plaza, hace dos años en Bangladesh, fue "una fría llamada de atención para algunos, y una brutal descubierta para otros, que las personas que nos estaban ayudando a construir el sueño de una moda globalizada vivían en una terrible pesadilla". En un mundo globalizado es más complicado esconder este tipo de cosas y, una vez conocida la situación, y vistas las imágenes, ya no tenemos la disculpa del desconocimiento. Si seguimos comprando ropa en empresas que tratan a sus empleados como esclavos, seremos, nosotros también, culpables por colaboración y mantenimiento de un sistema injusto y abusivo. Debemos asumir nuestra responsabilidad.

Digan lo que digan las tendencias y los mercados, somos nosotros los que tenemos el poder de decidir. Somos una generación que ha visto de cerca toda la trasformación vertiginosa que nos ha proporcionado la globalización y conocemos el antes y el después. Sabemos cómo se hacían las cosas antes, porque las hemos hecho nosotros. Sabemos cómo se hacen ahora, porque nos hemos adaptado a la nueva realidad y seguimos trabajando. Eso nos da algunos privilegios en relación a las generaciones que no conocen el mundo de otra forma. Ese conocimiento tiene y debe ser utilizado para equilibrar la balanza. Es nuestro deber, como ciudadanos de ese mundo sin fronteras, buscar siempre lo mejor para esa nueva comunidad mundial.

¿Cómo? Siendo más conscientes en el momento de comprar. Como consumidores conscientes, nosotros seremos la clave de la trasformación. En un mundo regido por el mercado y por las empresas, el poder está en nuestras manos y tenemos que ser conscientes de ello. Cada vez que compramos, damos nuestro apoyo y nuestro voto a una empresa o a un producto. Debemos saber qué estamos consumiendo y exigir de las empresas la trasparencia en todas las etapas del proceso. No podemos ser conniventes con la explotación de otros seres humanos, con la destrucción de nuestro planeta y con el maltrato de animales. Vivimos en una sociedad de consumo, en un mundo que se mueve por y para el consumo. Olvidemos el capitalismo, el comunismo o el socialismo. Vivimos en el consumismo y en ese régimen quien manda es el consumidor. Ya es hora de concientizarnos de nuestro poder: nosotros podemos cambiar las reglas del juego.