Daniel María es un jovencísimo escritor gomero que tiene la virtud, todavía, y espero que le dure mucho, de preguntarse cosas sencillamente y de decirlas con la ingenuidad saludable de los niños, pues tiene esa edad cerca.

El lunes último fue uno de los escritores (y editores: estaba Ángeles Alonso, de Baile del Sol) canarios que se reunieron en el Círculo de Bellas Artes de Madrid para hablar de este oficio y de cómo hacerlo mas nutritivo y también más transitivo. Éramos muchos en la sala Valle Inclán, allá arriba, donde el Círculo ya se convierte en azotea, cerca de la sala María Zambrano, nombre propio al que yo le tengo un enorme afecto: de María Zambrano fue el primer libro que le vi a un viejo republicano en la plaza del Charco de mi pueblo cuando yo era aún un chiquillo, mucho más joven, por cierto, que Daniel María.

Es bueno decir la nómina de los que estábamos allí convocados por el responsable de Cultura literaria del Gobierno, Aurelio González, y por Teresa Mariz, que se ocupó de juntarnos uno a uno en la capital. Nos coordinó Carmelo Rivero, que se toma muy en serio, como el buen periodista que es, la tarea de hacer hablar a la gente y de convertir coloquios así en espectáculos radiofónicos en los que él escapa del aburrimiento. Y estábamos, por lo que yo recuerdo, el ya citado Daniel María, José Luis Correa, Francisco Quevedo, Juan Manuel García Ramos, Elica Ramos, Yolanda Arencibia y la también citada Ángeles Alonso.

Se habló de carencias editoriales, de experiencias de lectura o de escritura, de lo que habría que hacer para dar a conocer mejor nuestras obras fuera del Archipiélago, de las ambiciones de cada uno, y de lo que nos marca la vida para convertirla luego en escritura. Para algunos la escritura acaba en sí misma, otros querrán ganar el Nobel o sentarse entre los más ilustres del mundo; algunos dirán que no les importa publicar, que sólo escriben para sacar su alma de paseo, y todas esas cosas que decimos los escritores y que sin duda es cierto en cada uno de los casos. Nos marca la necesidad de escribir, pues nuestro alimento suele ser, a la vez, la soledad y la ambición de detenerla; Julio Llamazares dice que se escribe para detener el tiempo, Onetti dijo que escribía para que lo quisieran más, y eso mismo han dicho, de una manera u otra, Alfredo Bryce Echenique y Gabriel García Márquez. Yo escribo para contar qué vive dentro de mi, y nunca sé llegar al final, como si una frontera opaca me detuviera dentro de mi propia soledad. ¿Y por qué publico? Por culpa de Manuel Padorno y de Josefina Betancor, que vieron un libro mío y me pidieron que escribiera otro (que fue un sonoro fracaso, por cierto, para ellos, que se gastaron el dinero haciéndolo, y para mi, que ahí no dije sino tonterías).

Así que ahí hablamos, a requerimiento amable de Carmelo Rivero, de todo lo que hablamos los escritores, pero faltaba una pregunta y faltaba (y sigue faltando) una respuesta. La hizo el joven Daniel María, y a mi me gustó que la hiciera en público, y ante todos nosotros, porque nos concierne a cada uno de los escritores canarios (y de cualquier parte). La dijo de otro modo, seguramente, pero yo la recibí así: ¿por qué los escritores no se llevan bien? Él vino a decir que echaba de menos en las islas una convivencia más frecuente, y más nutritiva, entre los escritores. Nosotros, lo que se llama desde hace algún tiempo la generación del 70, tuvimos la suerte de tener alrededor gente como Domingo Pérez Minik, capaz de una generosidad que le permitía ocuparse de todos y de cada uno sin discriminación alguna. Ahora no existe esa figura (que se echó de menos) y no hay un gozne que nos articule de modo que alejemos la tentación de no querernos nada para estimular lo que cada uno haga.

Eso es lo que vino a ser la reflexión de Daniel María. Algunas respuestas hay a su inquietud: es evidente que sería bueno que nos viéramos más, y que nos viéramos bien; pero el ego, que es la fuente de la envidia multilateral del escritor y de cualquiera que no lo domine, nos lleva a cada uno a querer que al otro no le vaya tan bien, y eso que parece consecuencia de lo oscuro del alma humana habita en el alma de todos nosotros de una u otra manera. Seguro que Daniel María lo sabe ya, pero seguro que tiene la aspiración de que no pase. Pues pasa, Daniel, ¡si yo te contara!