Como cualquier cita que se repite un año tras otro, la Feria del Libro -al menos las que tienen lugar en provincias- ha ido perdiendo su capacidad de sorpresa. Y es que no parece que esa hilera cada vez más escuálida de blanquecinas carpas, todas ellas cortadas por el mismo patrón, despierte la atención de los verdaderos consumidores, esos fieles lectores que se muestran huidizos ante las aglomeraciones que forman quienes acuden a pasear y, de paso, miran de reojo a los libros.

Con todo, y hasta tanto se encuentran fórmulas novedosas, vale recrear las historias ya contadas y reconocibles, de manera que editores, libreros y distribuidores suelen sacar a la calle aquellos "productos" que consideran más representativos y acaso originales, aunque de fondo siempre late el propósito de buscar la mayor rentabilidad posible, lo que se traduce en la exposición para la venta de lo más popular y demandado por el público.

En el fondo, como protagonista principal de toda esta trama, aparece la figura del lector, la pieza clave de un entramado en el que se va amontonando una sucesión de capítulos que dan carta de naturaleza a la industria del libro.

Lo cierto es que, a pesar de la crítica coyuntura económica, el sector editorial continúa siendo un "best seller": la principal industria cultural en España, y representa, además, un importante motor económico para el país. Su aportación al PIB se sitúa por término medio en el 38,1% del valor económico relativo al conjunto de las actividades culturales.

Y en esta descripción del paisaje, el número total de editoriales representa otro indicador que invita a la reflexión. Si bien los últimos datos hablan de 3.109, la otra "lectura" refiere que el 75% de estos "anaqueles" están sostenidos por empresas muy pequeñas, en muchos casos formadas por dos personas que desarrollan su trabajo en el domicilio propio.

Otro dato que dibuja la endeblez y precariedad de este sector está en consonancia con el hecho de que sólo el 13% de las editoriales edita 40 títulos al año.

Hay mucha voluntad, un carácter romántico, si se quiere, pero el negocio, deletreado desde el punto de vista de la planificación como industria, resulta caótico.

La progresiva desaparición de las consideradas librerías independientes es una realidad y tampoco suena a relato de ficción que muchas de ellas están padeciendo graves dificultades para sobrevivir. Porque la crisis económica no solo detrae el consumo, sino que estrangula el grifo de las compras institucionales y dilata en exceso el pago por parte de esos clientes que son las administraciones. La conclusión es que sin librerías, la edición independiente y el ejercicio de la crítica se ven claramente afectados.

Y aunque el libro sea uno de los objetos menos "evolucionados" desde sus orígenes, internet y las nuevas tecnologías están provocando una revolución en la forma de entender el libro no solo por la aparición de nuevos formatos, sino por el cambio que suponen en los hábitos de los consumidores, que acceden a los contenidos a través de esas nuevas tecnologías e internet.

En España, y si bien los primeros experimentos en el ámbito digital fueron muy tímidos, ya asoman proyectos muy interesantes e iniciativas innovadoras.

Los cambios en el mundo del libro implican a todos los agentes de la cadena: editores, autores, libreros, agentes, distribuidores..., pero también a políticos y responsables de instituciones culturales públicas y privadas.

Y es que una buena lectura abre al debate y la reflexión.