Hay días en los que es imposible poner una distancia de seguridad entre el entrevistador y el entrevistado; jornadas en las que todo se magnifica por la dimensión del personaje que tienes enfrente, que en el caso que hoy nos ocupa es enorme, porque en medio se filtran recuerdos que han madurado con la misma fuerza con la que el tenor tinerfeño Jorge de León se ha convertido en uno de los referentes del mapa operístico mundial, una estrella que hoy se transforma para este interrogatorio en el ciudadano Jorge de León.

¿Qué supone volver a casa para disfrutar de unos días de descanso?

Sobre todo, es una toma de contacto con mi realidad. Esta profesión me ha convertido en un ciudadano del mundo, pero es muy difícil entablar una amistad representando "Aida" en Pekín o "Tosca" en Chicago. Se pueden generar simpatías, pero a esas relaciones siempre les faltan sinceridad y el calor humano que se crea con el tiempo. Aquí tengo una parte de mi vida y me quedan unos cuantos amigos, pero tampoco puedo disfrutar de ellos porque lo que me falta, precisamente, es tiempo. A veces tengo la impresión de que debo pedir permiso para respirar la libertad que me proporciona Tenerife. Los amigos de verdad los conservo gracias a las redes sociales y el poquito tiempo que nos vemos cuando me escapo unos días.

¿De alguna manera se siente prisionero de su profesión?

Más que prisionero, me siento atrapado por la ópera... El otro día fui con la moto hasta San Juan de la Rambla a ver amanecer: la moto es uno de mis momentos preferidos en Tenerife. Otros, los más íntimos, me los regalan mis hijas. Pero sí. Me gusta pasear en moto y nutrirme de las cosas que van cambiando mientras estoy por esos mundos de Dios...

Disfrutar de esos paseos moteros es una recarga de energía, ¿no?

La moto proporciona una serie de sensaciones que no encuentras en otros medios de transporte. Estás más expuesto, pero el grado de libertad que te da la visión panorámica que tienes delante de ti es impagable. Para mí, insisto, es uno de los caprichos que me puedo dar cada vez que regreso a casa: no conozco una manera más atractiva de respirar los olores y de oír los sonidos de mi tierra.

¿Y en esos instantes de análisis pesa más lo que ya ha conseguido o lo que le falta por lograr?

Hace tiempo que llegué a la estratosfera de lo que soñaba alcanzar dentro del mundo de la ópera. Ahora procuro aprovechar todas las oportunidades que me vienen... Soy una persona ambiciosa y aventurera que no me dejo intimidar por un reto. La mirada atrás solo la uso para no perder contacto con mis raíces y, sobre todo, para aprender de los posibles errores: no soy de los que se recrean con conquistas del pasado. Eso sí, el éxito se consigue con muchos años en galeras. Me interesa saber de dónde vengo y cómo he logrado las cosas, pero poco más... Sí que me acuerdo, por ejemplo, de los días que dediqué a formarme como cantante; de anécdotas vividas con Celso cuando todo estaba por hacer o de lo inconsciente que puede llegar a ser uno cuando un sueño pesa más que un posible fracaso.

Hace unos días, antes del concierto que ofrecieron el pasado jueves en Lanzarote, coincidió con Celso Albelo en Viena; ¿de qué hablan unos amigos cuando se cruzan sus programas operísticos?

De cómo van nuestras carreras, de la soledad que percibimos en momentos puntuales de esta profesión, de dónde nos vamos a ir a cenar, de todo lo que vivimos en aquellos primeros años... En esos paseos compartimos impresiones de lo difícil que es todo esto, pero también del orgullo que sentimos por estar donde estamos.

¿Cómo lleva esos momentos de desconexión, una vez ha acabado una representación, y regresa al hotel?, ¿cuesta asimilar ese ratito de vacío tras recibir el aplauso del público?

Esa sensación de soledad es rara y dura... Sobre todo, porque mi cuerpo se toma su tiempo para regresar a la realidad tras exponerme a un público que reconoce mi trayectoria llenando un teatro, que me bravea y aplaude, que en ocasiones reclama un autógrafo... Alejarte de todo ese bullicio no es sencillo. En el hotel estás conectado con el mundo gracias a los avances tecnológicos que te permiten conocer lo que está pasando en casa en tiempo real, pero hay días en los que, al margen de las horas de ensayos, las únicas palabras que pronuncias durante toda la mañana son para pedir un café en el restaurante del hotel. Pero esa soledad también tiene algún que otro beneficio.

¿Cómo optimiza esa soledad?

Practicando el deporte cultural (ríe)... Como no siempre puedo salir a correr, lo que sí hago es hacerme unos tours culturales importantes. Una de las ventajas de esta profesión son los ratitos que me dedico a patear las ciudades que visito: espacios arquitectónicos, museos, edificios religiosos, ofertas gastronómicas... No todo va a ser trabajar; también hay que saber disfrutar los privilegios que me brinda el mundo. Ese es un regalo que me hace este oficio que suelo aprovechar bastante bien.

¿En esos sueños a los que hizo referencia con anterioridad había espacio para creer que un día podría experimentar en primera persona estar bajo las órdenes de directores como Metha?

Eso no es tan difícil que ocurra una vez formas parte del círculo, pero no cabe duda de que no es lo mismo desarrollar un partiquino, interpretar un pequeño rol con un gran director, que tener uno de los roles primarios o coprimarios. Ahí las exigencias ya son mayores. Cuando Metha aparece delante de ti y se presenta hay algo de ingenuidad que no te permite saber con toda la precisión del mundo el calado real que tiene esa persona. Luego, una vez regresas a la tierra, sí que dices sin que nadie te escuche: ¡Madre mía, si este es Metha! Ahí sí aparece ese grado de inconsciencia, casi de osadía, del que ya hemos hablado en otras entrevistas y que es difícil de controlar cuando eres joven.

¿Ponerse delante de esos grandes directores intimida?

Al principio sí... Luego, una vez pasa el periodo de las presentaciones, no te queda más remedio que tratar de estar a la altura de sus exigencias. En la ópera hay que establecer ciertas complicidades para que todo funcione. Los errores a esos niveles duelen más porque eres bastante consciente de quién está a tu lado pero, a su vez, estás tan concentrado en no fallar que todo fluye con naturalidad. Un director también se toma su tiempo para conocer la respiración, la voz y la fuerza mental del cantante que tiene delante, pero una vez ha controlado esos parámetros logra sacar lo mejor de cada uno.

¿Las conspiraciones en el mundo de la ópera son más sonadas, o son tan normales como las que se dan en todos los trabajos?

En la ópera se dan las mismas situaciones que en cualquier otro trabajo, es decir, hay días de malas caras y de situaciones que incomodan porque son injustas y otros en los que todo va como la seda. La diferencia con respecto a un trabajo normal es que aquí estás interpretando arte y eso es algo que no se puede realizar con garantías cuando estás en medio de un conflicto emocional.

¿Hasta qué punto cambió su vida profesional el "Andrea Chénier" que le tocó abanderar hace unos años en el Teatro Real de Madrid?

Yo tenía un recorrido más o menos reconocido, pero no cabe duda de que mi nombre empezó a sonar con fuerza cuando me tocó tomar el revelo de Marcelo Álvarez en el Real. Mi función estaba asegurada, pero al final tuve que hacer cinco porque él no se sentía bien y canceló. De repente, un responsable del teatro me dijo: "Vístase, que lo hace usted". Aquello fue una gran oportunidad y lo di todo. Aquel día solo podían pasar dos cosas: o funcionaba, o fracasaba. Parece ser que salió bien porque a partir de ahí mi carrera encontró unos puntos de apoyo muy sólidos.

¿Jorge de León es tan exigente consigo mismo como para saber distinguir entre tantos éxitos y halagos uno de esos días en los que no estuvo tan bien?

Yo soy mi peor crítico. Si veo un vídeo de algo que hice hace cinco años me doy cuenta de los fallos que pude cometer, pero entonces lo hice con la mejor intención del mundo. Cuando salgo a un escenario mi intención es comunicar y las formas que utilizo puede que no sean del agrado de todos los receptores. El público es el que tiene la libertad para decidir si quiere o no a Jorge de León: esa no es mi pelea.

¿Le quedan muchos estrenos por acometer?

Todavía tengo que debutar unos cuantos, pero por ahí también existe una carpeta con unas cuantas óperas que son las que me permiten recorrer el mundo. Casualmente se da la circunstancia de que en España, que es una tierra de grandes tenores, spintos, dramáticos, ahora mismo no hay voces con mis características y me he convertido en un referente.

¿En algún momento le incomodó el duelo que se quiso abrir entre Celso Albelo y Jorge de León?

Al principio sí que noté alguna tendencia a abrir ese debate público, pero eso me resultaba hasta lógico porque el mundo de la ópera ha tenido detractores de Kraus, de Domingo, de Carreras... En el pasado sí que noté que existía un grupo más afín a Celso Albelo y otro que estaba conmigo... Esa etapa está más que zanjada e incluso nos reímos con esas situaciones porque lo que hay entre nosotros es mucha amistad. Tanto Celso como yo estamos por encima de esas posibles guerrillas de popularidad. Ambos nos cuidamos porque somos conscientes de que estamos creando una historia que es fantástica. El otro día coincidimos en Viena y hablamos un buen rato de todo lo que nos está pasando. Esa es una relación limpia en la que no hay falsedades.

¿Mire que es difícil encontrar a dos laguneros metidos en el programa del Straatsoper de Viena?

Muy normal no es... Para qué vamos a engañarnos, pero ha salido así y nos sentimos muy orgullosos de cada uno de los pasos que hemos dado hasta aquí. Hablamos mucho, en serio. Nos consultamos cosas sobre directores y orquestas, nos damos consejos de algunos apartamentos que están bien para pasar una temporada, nos contamos las experiencias en teatros... Esa cordialidad va más allá de la amistad y roza el concepto de "hermano", aunque sea un hermano de profesión. Algo parecido me ocurre con Pancho Corujo, pero con él sí que existen unos lazos familiares directos. Celso y yo somos como unos hermanos unidos por la lírica: empezamos a estudiar juntos, nos fuimos de Tenerife casi al mismo tiempo para recibir cursos en Italia y hay cosas que nos siguen uniendo.

Lo de Aguere es casi un Expediente X. ¿Cuál es su explicación respecto a esta conjunción operística tan extraordinaria?

La Laguna es un lugar bastante especial; una ciudad que siempre ha tenido unas inquietudes culturales muy profundas, pero es que solo en el ámbito musical hay referentes tan poderosos como el Orfeón la Paz, los hermanos Rodríguez de Milán, Los Sabandeños, Añoranza, Pedro Guerra, Braulio... La Laguna tiene unos legados musicales innegables, como puede ser el coro de Pilar Castro, que generan una identidad propia. Allí confluyen todas las tradiciones de una ciudad universitaria, que también es un sinónimo de parranda.

¿Ya ha "desterrado" la idea de volver a ejercer de Policía Local?

La plaza sigue ahí y ese es un colectivo al que le tengo un cariño especial porque los compañeros siempre me ayudaron para que yo hiciera realidad este sueño. No me asusta trabajar. Estudié Mecánica en Los Salesianos, he trabajado en Titsa, de vendedor de coches, en Apinsa, en unos cines... Eso sí, las inquietudes musicales siempre me acompañaron en todos esos oficios. De hecho, formé parte de Garoé durante muchos años. Mis raíces son modestas. Nací en una familia trabajadora en la que los recursos eran los justos, pero salimos adelante. Quizás, por eso no hay nada que me emocione más que poder sentar a mi madre en un palco de la Scala de Milán para que me escuche cantar.

¿Qué le hace descender de esa estratosfera operística, en la que asegura sentirse atrapado y feliz, para volver a ser el Jorge de León terrenal?

Tengo dos niñas que son las que me mantienen atado a esta tierra... Antes de que aparecieran estaba convencido de que la vida giraba alrededor de mí. Ahora, son ellas las que me han convertido en un satélite, es decir, yo vivo mi mundo pero la galaxia son mis hijas. Sin ellas, igual hace tiempo que me habría convertido en ciudadano del mundo y entonces sí que me iban a ver menos por aquí: esas niñas son una fuerza para seguir luchando por mis objetivos.

¿Dónde se ve dentro de diez años?

Yo creo que aguantaré... ¿Diez? Yo creo que diez más sí que hacemos. Esta es una carrera en la que no hay nada garantizado. Hay ilusiones, lucha, sueños, pero poco más... Nadie te garantiza que no puedas sufrir una enfermedad, que te hagas daño o que simplemente dejes de gustar al público. Miro al futuro con ambición, pero disfrutando el presente. Sé que las nuevas generaciones empujan mucho y que hay que estar preparado para el día que tenga que dar un paso a un costado. Esperemos que esa decisión tarde en llegar porque aún tenemos objetivos por cubrir. Además, usted lo sabe. Yo no soy de los que se rinden con facilidad. Mi abuela ya estaba muy malita cuando todos le seguíamos preguntando: "¿Abuela, cómo estás?" Ella, con lo fastidiada que se encontraba, nos respondía: "Aquí, con el cuerpo entregado". Pues eso. Toca seguir luchando por nuevos retos.

No me resisto: ¿quién me iba a decir que algún día iba a entrevistar al compañero de pupitre consagrado como estrella de la ópera?

A esa pregunta le podemos dar la vuelta. ¿Quién me podría convencer a mí de que algún día iba a ser entrevistado por ese compañero? Algunas hicimos juntos, pero eran pillerías de pibes si las comparamos con las que se hacen hoy. Sí. Alguna trastada cayó, pero eran ruindades sanas...