Parece que fue hace un millón de años que Raquel Welch paseó su espléndida anatomía por los áridos paisajes del valle de Ucanca, pero fue sólo en 1966, el año en que los Beatles ya eran más populares que Jesucristo (según John Lennon). Mientras Manuel Fraga se daba su famoso baño en Palomares, para demostrar que no había radiaciones en el marisco patrio a causa de unas bombas atómicas que habían perdido los americanos por la zona, se estaba rodando en Tenerife otra película fantástica, una titulada "Hace un millón de años", con la Welch y John Richardson corriendo en paños menores delante de unos hambrientos alosaurios. "Así es como era" ("This is the way it was") se anunciaba la fantástica superproducción. Pero no. No fue así.

Es un hecho científico irrebatible que entre que la palmó el último dinosaurio y la aparición de los seres humanos sobre la tierra mediaron más de 65 millones de años. O lo que es lo mismo, que ninguno de nuestros antepasados tuvo que correr delante de un alosaurio. Sin embargo eso es algo que en la actualidad creen de pies juntillas tres de cada diez españoles.

La secretaria de Estado de Investigación y Desarrollo, Carmen Vela, presentó la pasada semana una curiosa encuesta sobre el analfabetismo científico de los españoles. El dato más sorprendente del estudio, además de la imposible coexistencia entre los míticos dinosaurios y los humanos, es que un 25% de la población considera que es el Sol el que da vueltas alrededor de nuestro planeta. De nada sirvió que Galileo, por establecer la verdad científica de que es justo al revés, estuviera a punto de churruscarse como un chicharrón en una barbacoa de las que solía organizar la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Cuatrocientos años más tarde y aún hay gente que piensa que la Tierra es el centro del sistema Solari.

Se podría uno consolar diciendo que los datos anteriores son palabras mayores y que no es extraño que haya gente que no tenga ni repajolera idea de esos asuntos. Vale. Pues apunten. Más de un 11,5% de la población niega que el ser humano proceda de especies animales anteriores. O lo que es lo mismo: consideran al ser humano como la creación de una divinidad cachonda a la que un día le dio por soplar y hacer botellas. Mejor dicho, por soplar y meter un par de almas en unas pellas de barro.

A la luz de esto último, casi dan ganas de disculpar a los que creen que Raquel Welch y Pedro Picapiedra paseaban a la sombra de los cuernos de un triceratops. Parece casi un pecado venial comparado con quienes aún piensan en Adán y Eva caminando en pelotas por el jardín del Edén. El estudio de Vela es una buena cura de humildad.

Es lógico que desconozcamos muchas cosas de un mundo cada vez más complejo y tecnológico. Pero hay certezas que debieran ser universales. Lo que nos hace realmente humanos es el conocimiento y la razón. La oscuridad sólo se disipa con una luz que debemos encender por nosotros mismos si queremos vivir con los ojos de un burro, pero bien abiertos.