Al actual Gobierno de España se le recordará por el dudoso honor de haber roto con las Islas un viejo pacto de excepciones. A Canarias se le ha tratado peor o, como mucho, como una más de las comunidades autónomas. Se ha ignorado que cualquier problema que se padece en el territorio continental se manifiesta en estas Islas con el añadido de la distancia y los sobrecostos de la fragmentación.

Es inútil y ocioso repasar el largo repertorio de peculiares dificultades que soportamos. Cualquier candidato presidencial peninsular que pasa por aquí nos regala un florido discurso sobre lo especiales que son las Islas y la manifiesta incapacidad para entenderlas que tiene el Gobierno de turno. Resulta un misterio que viéndolo todo tan claro lo olviden después cuando les toca a ellos mandar.

Pero el Gobierno de Canarias tampoco ha sido capaz de articular un discurso sólido para que calase en la sociedad de las Islas, desinteresada y apática. La gran campaña a la que apostó casi todo (su oposición a los pozos de petróleo en el mar cercano a las Islas) acabó esfumándose en la nada al comprobarse que no había yacimientos. Fuera de esa lucha, que durante meses sirvió para dar sentido al Gobierno y provocar respuesta de una sociedad indolente, los mensajes fueron excesivamente dispersos y efímeros. Y en nada ayudó a difundirlos la manifiesta enemistad del nacionalismo en el gobierno -ganada a pulso- con buena parte de los medios de comunicación de las Islas.

Nunca como hoy ha estado la sociedad canaria tan débil intelectualmente hablando. Los canarios han perdido la pasión conforme han ido perdiendo la esperanza. Las patronales han entendido que el silencio es más rentable que la crítica, sobre todo cuando los dirigentes tienen negocios con quienes tendrían que criticar. Y los sindicatos, ensimismados en una destructiva recreación de sí mismos, apenas tienen fuerzas para mantenerse a flote. La sociedad civil, somnolienta, sólo se queja.

Es mentira que estemos saliendo de la crisis. No saldremos, aunque crezca el empleo y aumente el PIB canario que los políticos han aprehendido a aprenderse como el que declina la tabla de multiplicar. Canarias ha perdido, en algún recodo de la reciente historia, la capacidad de pensarse a sí misma, la capacidad de imaginarse con grandeza y exigirse con pasión. Lo terrible de que se haya desmontado el acervo peculiar de estas Islas en materia de compensaciones es que se ha producido ante el mayor desinterés de los propios afectados. Ha sido un crimen político alevoso, pero con publicidad y cotidiana recurrencia.

Desde humillaciones simbólicas como el certificado de residencia indígena hasta la asfixia económica de los Presupuestos Generales del Estado, todo ha sucedido en una tranquilidad sólo rota por algún ocasional balido de protesta. Un revolucionario francés, el abate Raynal, escribió tal vez pensando en nosotros: "Pueblos débiles, pueblos estúpidos. Puesto que la continua opresión no os da ninguna energía, puesto que os mantenéis en gemidos inútiles cuando podríais rugir (...) No importunéis más con vuestras quejas. Aprended por lo menos a ser desgraciados ya que no sabéis ser libres". Pues eso. Que me callo.