Que doña Encarna me pare en la calle para hablar de mis artículos sabatinos no puede, a estas alturas, sorprenderme. Lo viene haciendo desde que el día 17 de mayo de 2003 se publicó mi primera riada de ignorancias. O sea, que ha transcurrido desde entonces una eternidad de 12 años. Pero doña Encarna se me ha acercado el miércoles con unas cuartillas en las manos para que yo, una vez leídas, le resolviera el maremágnum que había en su mente a causa de unos versos que había leído.

Yo tengo, no miedo, sino pánico, cuando alguien me pregunta mi opinión sobre poesía. Porque la poesía, amigos, es para mí como una trampa que alguien me tiende para que yo diga nube donde debí decir, por ejemplo, pedúnculo floral. Me sucedió, hace tiempo, con la pintura moderna. Hasta que me planté un día y dije: Pues sí, señor; le digo a usted lo que le suelo decir a todo el mundo: no solo no me interesa la obra pictórica de don Antoni Tapies, sino que tampoco me interesa la de don Pablo Picasso. Y añadí, además, que podían llamarme analfabeto en arte, si es que los analfabetos en arte existen. Y, como no quiero que me llamen también analfabeto en poesía, me guardo mi opinión aunque doña Encarna se decepcione a causa de mi silencio.

-Es que no sé por qué motivos -me dice- la gente critica a don Ramón de Campoamor y a don José María Gabriel y Galán, mientras elevan a los altares a don César Vallejo y a don Octavio Paz.

-Caramba, doña Encarna; es que los señores Vallejo y Paz han ganado yo no sé cuántos premios internacionales de poesía, mientras que...

-Eso ya lo sé, pero tome y lea, por favor.

En sus cuartillas, doña Encarna ha copiado unos versos de don César que dicen así: "La muerte de rodillas mana / sin sangre blanca que no es sangre;/ se huele a garantía / pero ya me quiero reír".

No hago comentarios. Doña Encarna, sin darme tiempo a reaccionar, me entrega otro folio con versos de don Octavio Paz. Tales versos dicen lo siguiente: "Tarramuerla / terrisombra nopaltorio temezquible / lodosa compolva pedrósea / fuego petrificado / cuenca vaciada / el sol no se bebió el lago / no lo sorbió la tierra / el agua no regresó al aire...".

Pensé que doña Encarna bromeaba; pero me estaba hablando en serio. Tales palabras están en las páginas 278 y 279 del libro de Seix Barral titulado "Lo mejor de Octavio Paz".

-Bueno, señora, será que nosotros, de poesía al menos, no entendemos mucho.

-¿No cree usted que decir, por ejemplo; "En este mundo traidor / nada es verdad ni es mentira./ Todo es según el color / del cristal con que se mira" es mucho más bonito que...?

-Más bonito, no sé; más coherente, sí.

-Pero me dicen que la poesía no tiene por qué ser coherente, sino profunda y original.

-A lo mejor tienen razón.

-¿Y no le parecen a usted, no solo coherentes sino bellas estas palabras del señor Gabriel y Galán? Escuche: "¡Qué plácido el ambiente / qué tranquilo el paisaje, qué serena / la atmósfera azulada se tendía / por sobre el haz de la llanura inmensa".

-No quiero pronunciarme, doña Encarna. Yo me he quedado en Bécquer, Antonio Machado y Miguel Hernández. No me saque usted de ahí. No quiero más disgustos. Ya los tuve por decir lo que dije en su día de don Antonio Tapies y don Pablo Picasso. Así que dejemos que el señor Paz con su premio Nobel y el señor Vallejo estén también en paz, allá donde se encuentren. En Sudamérica o en el cielo. Ya sabe usted que cada uno habla de la misa según le va en ella.

Doña Encarna no hizo más comentarios y yo soy feliz. Por ahora.