Vasca de nacimiento y a punto de cumplir 70 años, Paloma Martínez-Artola es un ejemplo de las sorpresas que, en ocasiones, se pueden encontrar en las listas electorales.

De ser un símbolo de las luchas vecinales durante la Transición y una de las fundadoras de Asamblea Lagunera, Martínez-Artola ha pasado a ser un referente moral para la Asamblea Ciudadana Lagunera (ACL), que promueve el cambio político en La Laguna a través de la candidatura Unid@s se Puede, en la que ocupará el puesto 14.

No obstante, su figura esconde otras singularidades. Paloma formó parte de una comunidad religiosa (La Asunción), que la "trasladó" a Tenerife por los problemas que ocasionaba su activismo social y político. Un activismo que, pese a todo, nunca ha abandonado.

Y es que, desde muy joven, cuando el franquismo daba sus últimos coletazos, la todavía monja se unió a las luchas populares de los barrios madrileños de Palomeras, El Pozo y la Celsa. En ellos aprendió y conoció la "problemática social y humana" de la gente, y pidió también la amnistía para los presos políticos que aún llenaban las cárceles españolas.

Ya en Tenerife, y tras comprobar el "carácter elitista" del colegio donde había sido enviada a dar clases, Paloma recogió sus bártulos y decidió que su misión estaba "al lado de los desfavorecidos".

Junto a un grupo de compañeras de similares convicciones se estableció en el lagunero barrio de San Matías, donde fijaron como primera reivindicación la construcción de un colegio. Transcurrían los años 70.

Según recuerda, en esos años el barrio "ni siquiera existía para las autoridades municipales", a pesar de contar con miles de habitantes. Fueron los propios vecinos, a escondidas y a veces con nocturnidad, los que hicieron el trazado urbano.

"Las calles eran de tierra, sin servicios de alcantarillado, ni aceras, ni alumbrado, sin agua corriente en muchas viviendas, sin apenas luz y sin los más mínimos recursos comunitarios", subraya.

Licenciada en Filología Románica, Martínez-Artola hizo de la docencia una "pasión permanente". Tanto que, a pesar de que la salud le jugó una mala pasada -su visión de resintió de forma severa-, se negó a retirarse y siguió incorporada a su trabajo, aunque esta vez como responsable de la biblioteca y encargada de inculcar el gusto por la lectura al alumnado del colegio público San Matías.

Ahora, ya jubilada "oficialmente", la que fuera monja de la comunidad de La Asunción sigue dedicando gran parte de su tiempo a dar clases de español y alfabetización a población inmigrante y a otros colectivos, colabora con asociaciones que trabajan en la inserción de menores... En definitiva, toda una activista social. Y cuál es la razón para que, a su edad, dé el salto a la política. Eso lo tiene muy claro: "Porque todo ha partido de asambleas ciudadanas y se ha hecho un gran esfuerzo de unidad, y porque hay que luchar contra el amiguismo y el clientelismo que lleva dominando La Laguna tantos años".