El cáncer es una patología que ataca en silencio. Es un ventajista que cuenta con pasar desapercibido hasta que sea demasiado tarde. Primero toma una base de operaciones y desde ahí empieza a mandar células para que invadan órganos vitales de nuestro cuerpo. La ignorancia es el peor enemigo de la vida. Y también del progreso. El diagnóstico precoz de los problemas suele evitar gran parte de sus consecuencias.

La enfermedad que está matando a nuestras islas es que hemos elegido no saber. Nos invade el cáncer del desinterés y el desconocimiento. Es una metástasis que transforma irreversiblemente a los ciudadanos preocupados por su futuro y capaces de trabajar para construirlo y los convierte en vocingleros que protestan por todo y que saben de todo aunque todo lo ignoren y no hagan nada. Buena gente capaz de debatir horas y horas sobre si Messi es mejor que Cristiano o capaz de aprenderse las ventajas de un 4-3-3 y una distribución en rombo, pero que se aburre a las primeras de cambio si oyen hablar del REF, o del REA o de la RIC.

Pero la política es tan importante que no la debemos dejar solo en manos de los políticos. Hay leyes que pueden cambiar nuestro presente y nuestro futuro. Durante estos últimos años el nivel de vida en las Islas se ha encarecido drásticamente, nuestros salarios se han desplomado y el desempleo ha explotado. Nos hemos empobrecido de forma terrible. Coincidiendo con lo peor de la crisis, Madrid decidió hacernos pagar a todos los canarios por tener un gobierno hostil, donde participaban los socialistas. Lo hizo incumpliendo reiteradamente una ley: la del REF. Los sucesivos recortes financieros en las asignaciones presupuestarias y el desmonte de las inversiones en las Islas aumentaron los dolorosos efectos de la crisis económica sobre las familias canarias más frágiles. Sólo el turismo ha marcado en estos años la diferencia entre estar como estamos -es decir, mal- y habernos convertido, literalmente, en un cementerio.

Los partidos políticos han aprobado ahora un paquete de normas fiscales y económicas con las que quieren hacer despegar la economía regional. Una de sus grandes medidas se llama Reserva de Inversiones y consiste en que si una empresa tiene beneficios y decide reinvertirlos estará exenta de pagar impuestos por 9 de cada 10 euros.

Eso no va a pasar con su sueldo. De lo que usted gane con el sudor de su frente, si tiene la suerte de tener un trabajo, le van a ordeñar el mismo IRPF que a cualquier ciudadano peninsular. Las empresas canarias tendrán ayudas, los trabajadores canarios no. Las rentas empresariales se tratan de manera excepcional; las del trabajo se tratan como en el continente. Quienes tienen que explicar esta inexplicable discriminación tienen la suficiente jerola como para afirmar que a las empresas se las ayuda precisamente para crear puestos de trabajo. Lo dicen, pese a que con esas mismas ayudas a los beneficios empresariales hemos tenido siempre un porcentaje de parados muy superior al peninsular, hemos llegado en la actualidad a ser el agujero negro del desempleo de Europa y tenemos hoy quince mil empresas menos que hace siete años.

Incumplen las leyes que protegen el hecho insular. Aprueban medidas que olvidan a los que tienen sueldos que están a la cola de los salarios de Europa pero viven en un archipiélago con una cesta de la compra de las más caras de España. Y la gente sigue callada. Resignada y apática. Porque ha elegido no saber del cáncer de pobreza que nos invade. Tal vez sea debido a que en estas Islas, hace no sé cuantos años, se obligó a los ganaderos a cambiar los antiguos gallineros y adquirir otros con mayor espacio y comodidad para las gallinas. Y debe ser que, con el traslado, los animalitos se asustaron y por eso en las Islas Canarias hemos perdido una gran cantidad de huevos. Que nos faltan huevos, vaya, además de sesos.