Recuerdo mis años mozos, ya tan lejanos, cuando mi incipiente deseo de leer todo lo que caía en mis manos -La Sombra, Doc Savage, Bill Barnes, El Coyote, Emilio Salgari...- me condujo hasta las novelas del oeste americano. Todas, absolutamente todas, tenían 128 páginas, siendo Fidel Prado y M. L. Estefanía, ambos españoles, quienes más fama tenían. Los argumentos solían ser muy endebles y llenos de tópicos -pistolero malo, pistolero bueno, cuatreros, indios, chica desamparada...-, aunque a veces se complicaban y el final se precipitaba para cumplir con el paginado. Escritas con un lenguaje muy simple, prosaico, tenían sin embargo la ventaja de permitirnos conocer el entorno de aquel desconocido y lejano país, luego ampliado por el séptimo arte gracias a películas como "Shane", "La diligencia" o "Río Bravo".

Recuerdo aún -y no me sonrojo al hacerlo- las que tenían como argumento central el trazado del ferrocarril que llevó la civilización a la costa oeste de la incipiente nación americana. Colonos que rechazaban la "bestia de hierro" porque atravesaba sus campos; indios que atacaban a los trabajadores y destruían el tendido de los raíles, pues ponían en peligro la caza del búfalo; tahúres y pistoleros que aprovechaban la confusión en su beneficio; buscadores de oro..., y no sé cuántos elementos más que el tiempo me ha hecho olvidar. Permanece nítida en mi mente, sin embargo, la imagen de los trabajadores -muchos de ellos, chinos- colocando el balasto en el terreno, luego las traviesas de madera y a continuación los raíles, para dar paso a la inquieta locomotora que esperaba impaciente a sus espaldas la terminación del tendido.

Superados aquellos tiempos heroicos, la pujanza del ferrocarril en EE.UU. ha sido verdaderamente espectacular. A pesar de las largas distancias que sirven las líneas comerciales de aviación, el hecho de viajar en tren -o en autobuses- continúa teniendo en ese país gran aceptación. Sea por lo que sea -controles aeroportuarios, excesiva distancia entre los aeropuertos y los centros ciudadanos, actos terroristas...-, lo cierto es que el ferrocarril goza de "buena salud", algo que puede comprobar de inmediato cualquier turista. Como consecuencia de ello la industria estadounidense relacionada con "los caminos de hierro" vive un momento de gloria, compitiendo con ventaja con otros medios de transporte gracias a sus sofisticadas locomotoras y a unos comodísimos vagones que mantienen la fidelidad de sus usuarios.

En este ambiente que he intentado describir, en un país donde la competencia es el norte que todo lo rige, donde la lucha por el centavo parece que mora en la sangre de todos sus habitantes, ¿cómo se entiende el éxito de algunas empresas españolas a la hora de adjudicarse varios proyectos ferroviarios en competencia con las grandes compañías americanas y de otros países? Ferrovial, ACS y OHL -sobre todo esta última, que construye parte de las nuevas líneas del metro neoyorquino- se han hecho un hueco considerable en el ámbito de la construcción de ese país, que se ha incrementado ahora con la probable adjudicación a una de ellas del AVE (Alta Velocidad Española) que unirá Los Ángeles y San Francisco.

¿Qué diría nuestro ínclito Unamuno? Hemos pasado del "que inventen ellos" a dar pie a ser copiados, pues sin duda alguna la alta tecnología del TGV francés y el AVE español ya han marcado pautas a otros fabricantes. Tenemos que dar gracias a estas compañías que han buscado fortuna allende nuestras fronteras, precisamente cuando la burbuja inmobiliaria más dañaba la economía de nuestro país. Gracias a los beneficios obtenidos en esas "aventuras" han podido mantener sus estructuras -trabajadores incluidos- en la piel de toro.