Imaginen un barrio de diez mil personas donde las ambulancias no quieren entrar solas. Donde los enfermos que deben ser evacuados al hospital tienen que esperar hasta que lleguen las escoltas policiales de los sanitarios porque, desde que algunos de ellos fueron agredidos un mes de agosto de 2007, en una noche de actos vandálicos y violencia, no hay manera de que entren solos.

Imaginen, entonces, que en ese barrio hay noches en las que algunas calles resultan bloqueadas por contenedores volcados y piedras y carcasas de neveras, para que los coches no puedan pasar. Y que algunos coches son asaltados y saqueados por algunos vándalos.

Imaginen que la oficina descentralizada que tiene allí la Policía Local de la ciudad es asaltada, las puertas reventadas, el mobiliario destrozado y robados los ordenadores y todo lo que tiene algún valor para ser vendido. Imaginen que en el barrio no es anormal enterarse que se ha atracado una panadería con una escopeta de perdigones. O que en el periodo de un mes se puede asaltar hasta tres veces la caja de la cafetería de una gasolinera.

Imaginen que los agentes de policía se niegan a entrar sin cobertura en ese barrio porque tienen miedo, porque hay bandas organizadas y tipos famosos que las lideran. E imaginen que algunos días se puede leer la noticia en los periódicos de que ha sido detenido un joven que iba caminando por la calle armado con una pistola.

Imaginen que una noche, en el centro sanitario de urgencias de ese barrio, en el lugar en donde se atiende a la gente que está enferma, cinco tipos, cinco jóvenes, la emprenden a golpes con un enfermero y un vigilante de seguridad. Y que la Consejería de Sanidad cierra el centro, que era fundamental para atender a los vecinos, porque no hay ningún profesional que quiera ir a trabajar a un lugar donde puede ser agredido.

Imaginen que quienes quieren el barrio salen a defenderlo diciendo que los violentos sólo son unos pocos. Que es gente joven, que no piensa lo que hace. Pibes a los que se les va la chaveta y son capaces de cargarse un centro de salud que está al servicio de sus propias familias. E imaginen que estas personas, que aman a su barrio, lo defienden diciendo que es un barrio de gente humilde, sin muchos recursos económicos, en donde la crisis y el paro están causando verdaderos estragos.

Imaginen que un día las empresas se cansan de los robos y de la inseguridad y cierran todos los negocios. Y el barrio se queda sin bares, sin quioscos, sin panaderías, sin centro de salud... Sin nada. Porque están cansados de que los propios vecinos sean incapaces de detectar quiénes son los golfos y ponerlos en la puerta de la calle del barrio. Porque saben que hay barrios humildes y pobres donde la gente no le pega palos a su propia gente.

Imaginen que existe un barrio así. Y puestos a imaginar, imagínense que es un barrio que tenemos aquí al lado y que se llama Añaza. Claro que es sólo pura imaginación. Porque un barrio así no puede existir en pleno siglo XXI en una capital fantástica y maravillosa, encantada de conocerse, turística y tal y tal. Es decir, que Añaza no seguramente no existe. Hasta las elecciones, claro.